domingo, 1 de marzo de 2009

Laydown, Valencia: contorsionismo entre humo y cojines.

No hace falta una crisis económica como la acutal para que los sitios de restauración se afanen por ser originales. Es el caso de Laydown, situado en el nuevo centro de Fuencarral de Valencia, el cual según nos contó nuestra camarera, cogió la idea de dar de comer entre camas y cojines de un restaurante de Amsterdam. Hace un par de semanas, cuando Miguel y yo fuimos a ver en Cine Cité la peli sobre Harvey Milk, nos sorprendió que el centro comercial estuviese ya en funcionamiento (así como la poca gente que había entre semana en plena cuesta de enero), y los sitios con pretendida modernidad que habían abierto allí desafiando a la rampante crisis planetaria.

Ayer, sin embargo, la afluencia era mayor. Habíamos reservado mesa para ir a cenar tras ver la maravillosa interpretación de Kete Winslet (que le den el Oscar ya) en The Reader. Para nuestra sorpresa, la cena era temática, de San Valentín por supuesto, pero a nosotros nos dio igual a pesar de nuestra reticencia a reconocer festividad alguna. Queríamos probar el sitio de los cojines y allá que fuimos, a comer entre cojines. Pensé que ese local, por aquello de la erótica de los pies desnudos, le habría encantado a Antonio. Más adelante, me di cuenta que a quien no le estaba gustando demasiado era a mí mismo. Al cuarto de hora de estar tumbado en el colchón de espuma sin somier donde me debía comer mi cena especial de S Valentín me dolía toda la espalda y parte de la zona más meridional a la misma. Lo mío nunca han sido las contorsiones, y menos para sentarme sobre zonas distintas a la silliformes. Sólo por eso, no creo que vaya a volver a Laydown. Si tuviera que recomendarlo a quien tenga más flexibilidad que yo en la espalda, y no le importe ponerlo a prueba durante más de dos horas, que es el tiempo que necesitan los pesados de los escasos camareros para traerte el menú a la cama, les diría que adelante, que la comida es exquisita, que el trato de la chica que nos sentó, una especie de Grace Jones tatuada por Chirico, fue excelente, que vayan si lo que quieren es comer en un sitio distinto; eso sí con cincuenta decibelios más de la cuenta. No sé si yo si en vez de haber ido con Miguel y haber ido con más gente habría sido posible una comunicación sin necesidad de gritar. También le advertiría que, a pesar de la cosmopolitaneidad del local, tiene algo arraigadamente español: se puede fumar sin excepción en sus más de cien metros cuadrados, con lo que la exquisitez de la comida queda empañada por la topera que, al finalizar el festín, impregna toda tu ropa. También le diría que, si tiene suerte, y se encuentra con una noche temática como la que nos encontramos Miguel y yo, a lo mejor disfruta de música en directo. A nosotros nos sorprendió un dúo en clave de blues que nos regaló clásicos fácilmente reconocibles. La voz de la chica, excelente, y el acompañamiento del travesti al columpio, toda una nota de color.