miércoles, 28 de abril de 2010

EL DÍA EN QUE NAJWA VOLVIÓ A CLASE

El caso de la niña del hiyab ha expuesto claramente las vergüenzas de buena parte de los profesionales de la educación.
Crecer como niña en un ambiente musulmán en España es todo menos fácil. Las presiones familiares para mantener los símbolos que hacen visible tu pertenencia a un grupo étnico minoritario son tremendas. El sujeto en cuestión, en este caso la niña, interioriza esas presiones y las hace suyas, convirtiendo el hiyab en algo que la protege (algunos podríamos, y con razón, pensar que la discrimina). Para una adolescente musulmán ir sin su hiyab, si ha sido criada en un fuerte ambiente de presión religiosa, es como ir desnuda.
Siempre he mantenido que una de las funciones de una verdadera escuela democrática debe ser proporcionar a los niños las oportunidades que, por diversos motivos, no han podido encontrar en el ámbito familiar. Con la negativa rotunda de los institutos Camilo José Cela y San Juan de la Cruz ,de Pozuelo de Alarcón, de abordar con valentía y sin prejuicios el tema de su velo islámico, amparándose en la ridícula norma de que nadie debe llevar la cabeza cubierta a clase, Najwa ha sido condenada a estar envuelta a él de por vida. El fuerte rechazo de una sociedad mayoritaria lo ha visto concretado en esa prenda que, le guste o no, a partir de ahora representará más que nunca su santo y seña como mujer musulmana. No se puede equiparar el hiyab a una gorra de beisbol, de la misma manera que no se puede comparar un colgante con un crucifijo con otro que lleve el emblema de los Rolling Stones. Los primeros llevan una carga religiosa que, independientemente de nuestra postura ante el laicismo (y yo tengo una bastante radical en muchos aspectos), nos debe obligar a una reflexión y un respeto. Estar a favor de una escuela laica y libre de símbolos religiosos no me impide aceptar que la presencia de uno ajeno a mi tradición cristiana me dé, como profesor, una nueva e imprescindible oportunidad de educar en la libertad. Para ello nunca me incomodaría la presencia de un hiyab, de la misma forma que nunca me han incomodado la presencia no impositiva de crucecitas o medallas de la virgen en el cuello de mis alumnos.

miércoles, 7 de abril de 2010

Deambulando en bici por los alrededores de Almansa otra vez

Hacía tiempo que no salía en bici por los alrededores de esta pequeña ciudad fronteriza. El viento que soplaba en mi contra conforme me alejaba unos cinco kilómetros al norte en falso llano ascendente me han hecho acordarme de la ascensión al Tourmalet. Supongo que la falta de fondo ciclista tampoco ha ayudado a combatirlo. Al llegar a un pantano que no veía desde hacía un lustro me di cuenta de que era la primera vez que lo hacía desde su último dragado y limpieza. Me posé al filo del mismo y me imaginé, que de repente, venía una alud de agua frente al cual poco podría hacer. Me acordé de la cuarta parte del poema de T.S. Eliot The Wasteland, ese que se titula “Death by Water”.

Phlebas the Phoenician, a fortnight dead,
Forgot the cry of gulls, and the deep sea swell
And the profit and loss.
A current under sea
Picked his bones whispers. As he rose and fell
He passed the stages of his age and youth
Entering the whirlpool.
Gentile or Jew
O you who turn the whell and look to windward,
Consider Phlebas, who was once handsome and tall as you.

Miré el cronómetro que recientemente compré en Decathlon para consultar las pulsaciones y decidí, ya con el viento a favor, que era hora de volver a casa.

Nota sobre el tal Phlebas: es un nombre griego que TS Eliot directamente se inventó, tal y como también hacía Borges en muchas narraciones. Lo que ocurre es que tanto uno como el otro te introducen esos nombres que tanta solemnidad que te crees que hay un engarce histórico o literario que se te escapa.