jueves, 7 de junio de 2007

Los monstruos como respuesta a la imposibilidad de entender la complejidad humana


Acabo de leer en la edición de El País digital de hoy 7 de junio la noticia sobre este bilbaíno de 36 años afincado en Londres, Alberto Izaga, quien aparentemente llevaba una vida perfecta... hasta que ha matado a golpes a su niña de tan solo dos años. Alberto era un alto ejecutivo de una empresa líder en el sector de las aseguradoras, tenía un sueldo de 750.000 euros al año (más de veinte veces lo que gano yo), y un lujoso apartamento junto al Támesis, al parecer el mismo en el que se desarrollan algunas de las escenas más familiares de la obra maestra de Woody Allen Match Point. En el artículo se hace énfasis en la aparente normalidad del sujeto según sus amigos más cercanos. Y es precisamente en esa cocinada normalidad donde yo empiezo a sospechar.

Para empezar, nadie puede llevar una vida normal si a cambio cobra la friolera de 750.000 euros anuales. Lo que ocurre es que a los medios de comunicación les encanta insistir en la aparente normalidad de los asesinos, ya sean maltratadores domésticos o psicópatas. Bien es cierto que, dada la poca profundidad que normalmente suelen tener la relaciones humanas, esa normalidad puede engañar a más de uno. Yo trabajo con personas a diario y veo miserarias y alegrías humanas todos los días. También veo que la gente se esfuerza en tapar aquellas cosas que les separan de la ansiada normalidad, verdadero bálsamo encubridor de las múltiples (y a veces poco deseadas) facetas del ser humano.

Pero yo no me trago que Alberto Izaga fuese una persona normal, así como tampoco que en él habitara el espectro del Dr Jackyll y Mr Hyde, respetabilísimo de día y monstruoso de noche. Lo importante aquí es comprender que los seres humanos somos demasiado complejors, y que la sociedad del siglo XXI es mucho más compleja y mucho más caótica de lo que somos capaces de comprender. Además, las exigencias que esta sociedad nos impone nos obligan a crear monstruos si queremos estar a la altura, bien porque no producimos todos los beneficios que nos exige nuestra empresa, bien porque la imagen de éxito que queremos proyectar no es lo suficientemente rutilante. El estar leyendo en estos momentos American Psycho, de Brett Easton Ellis, me ayuda a comprender el cariz destructor de una persona como Izaga. Tanto él como Bateman, el protagonista de la novela de Ellis, sufren un cortocircuito con las demandas humanas de sus entornos respectivos por culpa de otras demandas, feroces, inhumanas, de una maquinaria productiva que les convierte en personas de éxito por fuera y en monstruos voraces por dentro.

lunes, 4 de junio de 2007

Reencuentros con el deporte


Esta mañana, en el trabajo, me he encontrado con Rufo antes que con nadie. Lo primero que he hecho ha sido darle las gracias por la amabilidad que tuvo al regalarme una entrada para ver el partido que enfrentaba a la Unión Deportiva Almansa con un equipo de la frontera burgalesa dentro de la fase de ascenson a la insoportable y anodina Segunda División B, aunque a tenor de la insistencia que mostré para ir a ver el susodicho partido cualqueira pensaría que estoy escribiendo una sociología sobre las infradivisiones del fútbol español. Cuando me enteré que P y R iban a ir a animar a nuestro supuestamente nihilista compañero se me hizo el culo pepsicola como suelen decir en la meseta meridional, y no sólo porque añore la compañía de todos estos amigos, sino porque el fútbol es algo con lo que poco a poco me voy reencontrando. Ya he admitido que es un producto de la envolvente sociedad de consumo nuestra, y que el valor deportivo es sólo una excusa para que uan panda de empresarios y publicistas se forren. Ahora lo que quiero es rescatar aquellas cosas de este deporte que son dignas de salvar y que me retrotraen a mi infancia, adolescencia y parte de mi edad adulta. Ayer fui a ver un partido de fútbol en directo por primera vez en más de 10 años. El último había sido un encuentro en Segunda B entre el Murcia y el Cartagena. Este año que viene, aprovechando que los primeros estarán en Primera y en estadio nuevo lo mismo me da por ir con Antonio, el flamante marido de mi madre.

El otro reencuentro lo he tenido hoy jugando al tenis. Desde que estuve en Alcaraz en mis comienzos como docente no había cogido una raqueta. Hoy he vuelto a pegarle golpes a la pelota con un compañero bastante agradable de Tecnología que me propuso hace ya algún tiempo la idea. Me he sentido patoso, como no podía ser de otro modo. Aun así, los recuerdos de adolescencia, cuando montado en una bicicleta me iba con JA Totajada y Andrés Felipe a las pistas ruinosas de un club de tenis abandonado de las afueras, me han invadido. Fueron meses de duros reveses y repentinas directas, en los que la bola iba de una pista a otra impulsada con nuestras energías sudorosas de chicos de 17 años y la incertidumbre que daba la inexperiencia. Qué lástima que algunos de esos partidos, sobre todo los que jugué a solas con JA, no durasen hasta el alba. Seguro que hubiésemos hecho una buena pareja.

viernes, 1 de junio de 2007

Cena de graduación y conversaciones sobre la muerte de lo normal

El otro día estuve en la graduación de mis muchachos de la ESO y Bachillerato. Fue una ceremonia emotiva y larga, en la que fui agasajado con varios premios y regalos en reconocimiento a mi labor docente dentro y fuera del aula. Nunca supe en su momento cuán importante el viaje a Londres iba a ser para un grupo de muchachos de apenas 17 años que acaban de empezar a conocer el mundo. Pero ahí estaba uno de los premios más merecidos, Mr London, menuda machada!!

La noche estuvo salpicada de alcohol, como no pudo ser de otra manera. Son de estas veladas en las que te encuentras con los alumnos en otro contexto, en el que verdaderamente se nota la confianza humana que te has ido labrando con ellos más allá de las exigencias académicas. Y como el alcohol relaja las defensas y potencia las confesiones, allí estábamos mis más cercanos alumnos y yo, hablando tanto en castellano como en inglés de fútbol, Dios, el follisqueo y el amor. Me sorprende y me congratula obervar los pocos prejuicios que tienen ante ciertos temas, así como me preocupa las inseguiridades que les asolan en otros. Pero todos hemos tenido 17años, y tan seguros hemos estado de cosas de las que un mes después no dudamos en poner en tela de juicio si la inteligencia nos acompaña. Es lo normal cuando se es joven, y la inteligencia rebasa en poco a la insolencia.

También fue un momento propicio para hablar con otros colegas de profesión. El día a día en la sala de profesores se presta bastante poco a ciertas confesiones acerca de las relaciones de pareja. Apoyado en la barra, conversé con P, el profe de educación física y compañero de borrascas sentimentales de mi queridísima amiga R. A medida que hablo con gente poco convencional me doy cuenta el daño que las exigencias sociales le hacen a mucha gente en lo que respecta a las relaciones de pareja. Las exigencias sociales te impelen a mantener una relación monógama, y a ser posible, eterna. Eso es algo frente a lo que algunos nos rebelamos como mejor podemos, pero otros agonizan en el intento sin saber contra qué están luchando. Conozco a muchas parejas, la gran mayoría heterosexuales, que estarían de puta madre si ambos se permitiesen un respiro y no sacralizaran tanto el sexo.

Michael Foucault tenía razón cuando decía que el espíruto vicotoriano todavía se encuentra entre nosotros porque aún no hemos superado el deseo de hablar del sexo como algo que debemos regular. La sociedad ha estado regulándolo desde siempre, quizá en los últimos dos siglos con más insistencia que antes. La sociedad lo ha convertido en pecado, en crimen, en enfermedad. Y hoy en día estamos obsesionados en regular aquellas prácticas nocivas para la pareja. El sexo siempre debe practicarse en pareja para que la pareja vaya bien. Ha de practicarse equis veces a la semana. El problema es que los discursos públicos sobre el sexo son muy poco diversos para la cantidad de parejas, hetersexuales y homosexuales, que hay. El mismo discurso no engloba el deseo de todos, y así, hay parejas que deciden compartir otras cosas y dejan el sexo para otros. Luego hay otras parejas que siguen compartiendo el sexo, pero que no se cierran a nuevas experiencias. Y, aunque parezca mentira, también las hay que son monógamas por propia iniciativa (de estas, conozco pocas, la verdad).

P y yo estuvimos hablando de la tiranía de las convenciones, que algunas veces inopinadamente asumimos, y de las que tanto trabajo nos cuesta deshacernos. Estuvimos poniendo en tela de juicio la monogamia y lo absurdo que para algunas personas como nosotros es, así como la riqueza personal que hay en las relaciones abiertas y consentidas en las que lo importante es que siempre hay algo aparte del sexo que compartir y disfrutar.