martes, 26 de marzo de 2002

David Leavitt: Junta al Pianista

Escrita en 1998, y todavía sin traducción oficial a nuestro idioma, esta novela recoge la narrativa de Leavitt en uno de sus estados más bellos y sintetizados. La histortia gira en torno a Paul, un muchacho de dieciocho años aspirante a todo en el mundo de la música interpretativa y que conoce en una seisión en la que es el encargado de pasar las páginas de las partituras al famoso pianista Richard Kennington. Unos meses después la casualidad les lleva a volver a verse en italia, donde generan una profunda amistad en la que descubren el deseo y, en el caso de Paul, el amor. Sin embargo, Richard percibe que lo que Paul exige de él es mucho más de lo que su vida le puede dar y decide darle el esquinazo a él junto a su madre, la cual también se había quedado prendada de su personalidad, cuando éstos estaban a punto de viajar hasta Florencia.

De vuelta en Estados Unidos, Paul se va a vivir a Nueva York, lejos de su San Francisco natal y se dispone a sembrar sus primeros pasos en sus estudios musicales. Conoce a un nuevo compañero, Alden. Un día traba conocimiento con Joseph Mansourian, el amate de Kennington durante los últimos veinticinco años y que además es su agente, el cual acaba de contratar para su firma a una joven promesa que es mucho más joven que Paul. Es el principio del fin para los sueños de Pual, el cual empieza a ver su futuro como pianista como una auténtica ficción, sobre todo después de que la señora Novotna, su octogenaria maestra de música, le dijera durante las vacaciones de navidad que su talento desgraciadamente tocó techo hace mucho tiempo. Es además durante estas vacaciones cuando la madre de Paul se percata sobre la realidad sexual de su hijo con lo que meses después decide coger el avión rumbo a Nueva York e intentar lo que ella cosidera una salvación.

Es precisamente esta última parte de la novela “The Hand that Feeds you” lo que más flojea por cuanto el cambio del foco narrativo de Paul como persona ambiciosa que empieza a fracasar en las puestas de su vida hacia el conflicto de su madre con la aceptación de un hijo homosexual es, a mi juicio un tanto brusca y un poco desmerecedor del buen pulso general que la narración había tenido hasta entonces.

Reinaldo Arenas: Antes que anochezca

El 7 de diciembre de 1990 ReinaldoArenas se suicidaba en un hospital de Nueva York, agonizante como estaba en fase terminal de sida, dejando esta obra autobiográfica como desgarrador testimonio de una vida dedicada a la supervivencia contra la más indigna de las opresiones por el solo motivo de disentir de las peores maneras en el peor de los regímenes: siendo escritor y homosexual en la Cuba pseudorrevolucionaria de Fidel Castro, el cual es retratado de la forma más odiosa e impecable que se recuerda.

Entre páginas de un erotismo desbordante, que en ocasiones entra en contacto con la lírica rememorativa, se esconden las más impresionantes vivencias en una época en la que sobrevivir era, por el mero hecho de existir y pensar de una manera determinada, difícil y en la que lo común era la traición, la deslealtad y el suicidio.

Es dudoso que el régimen castrista, vitoreado incluso en muchos países democráticos por los que el propio Arenas tacha como “comunistas festivos de salón”, haya recibido nunca un varapalo tan grande como estas memorias de quien vivió tan de cerca el ostracismo social al que fue sometido tanto en la cárcel (“el último círculo del infierno”, de acuerdo con sus propias palabras) como fuera de ella.

Pero si es impactante leer los episodios dedicados a la odisea de Arenas por sobrevivir y abandonar Cuba, no deja de ser interesante constatar su desilusión al entrar en contacto con la realidad del primer mundo, aquél en el que sus obras eran reeditadas una y otra vez mientras su espíritu creador luchaba por no perecer en prisión. No podemos sustraernos a la vergüenza de ver la hipocresía subyacente en sus editores a la hora de saldarle cuentas por sus derechos de autor, o en los arribistas que quisiseron aprovecahr el momento con él mientras que otros, “mejores escritores que yo” morían enterrados en el olvido por no estar sencillamente de moda. Toda una invitación a reflexionar sobre los principios de la cultura, vista al descubierto y sin tapujos.

Las memorias de Arenas han de tener una inyección didáctica para todos los que vivimos en regímenes democráticos. Uno no puede evitar pensar en la cantidad de seres humanos sensibles que son implacablamente aplastados por dictaduras que, vengan de la izquierda o de la derecha, se quieran maquillar con el vanguardismo más de moda o no, son dictaduras a fin de cuentas, verdaderos campos de concentración de la verdad y la libertad.

Jaime Bayly: No se lo digas a nadie

No se lo digas a nadie

Esta obra recuerda a una especie de bildungsroman cinematográfico. Por una parte tenemos a un personaje central, Joaquín, desde el albor mismo del descubrimiento del deseo al final de la infancia, a través de un periplo personal en el que lucha con más o menos éxito contra los elementos tanto íntimos como sociales que se interponen entre él y ese deseo mismo. Todo eso con el estilo ágil, nada abigarrado de descripciones físicas o psicológicas que suelen caracterizar este subgénero narrativo, tan recurrido en obras cuyo eje central suele ser la sexualidad subvertida de alguno de sus personajes.

La novela tiene un gran contenido sociológico. Desde las primeras páginas nos encontramos imbuidos en una Lima aburguesada (para algunos), sectaria e hipócrita de la que Joaquín inopinadamente aprende que tarde o temprano tendrá que trascender, primero a Miami y finalmente a Madrid, en lo que supone un claro ejercicio autobiográfico por parte de su autor. Durante su adolescencia aprenderá a subyugar un deseo que aparentemente es natural pero cuya represión estará muy lejos de serlo. Lo que contrasta con otras novelas del mismo estilo bildungsrománico es que en este caso el personaje no parece encontrar unos límites muy definidos a su deseo: lo vemos deslizarse en el ambiguo y engañoso campo de la bisexualidad.

Kavafis: Sus poemas

Constantinos Cavafis nació en Alejandría en 1863, hijo de una familia griega de ricos comerciantes. A la edad de siete años marcha a Londres, donde recibiría buena parte de su educación justo hasta sus primeros años de pubertad. A la edad de catorce se traslada a Estambul, ciudad que le fascina tanto por su clima y suntuosidad como por la permisividad que en ella encontraría para sus primeros escarceos sexuales, lejos de la rigidez de los collages ingleses. Fue asimismo en la vieja Constantinopla donde Cavafis se inicia como poeta. Tras viajar por Francia, Italia y Grecia, termina estableciéndose en su ciudad natal, trabajando para sus sustento al servicio del Ministerio egipcio de Riegos y entrando en contacto con otros intelectuales que defendían las formas coloquiales del girego moderno, lengua en la que expresaría toda su obra y en la que ya en esos tempranos años publicaría algunos poemas en diversas publicaciones egipcias. Pero Cavafis no fue un poeta que buscara fama en vida. Su amistad con el escritor E.M. Forster (del que nos dedicamos en el pasado número) ayudó a que sus poemas se conocieran en Inglaterra y otros países de Europa occidental incluso antes que en Grecia. Sólo después de su muerte en 1933 en Atenas se publicaron recopiladas las escasamente 150 composiciones poéticas (amén de aquéllas que por separado vieron la luz) bajo un orden que él mismo dejó establecido.

A pesar de que su producción fue poco extensa, para nosotros y para todo el mundo en general, no deja de ser notoria, sobre todo teniendo en cuenta de que coincidió en varias fases de su vida primero con Oscar Wilde, luego con André Gide y Marcel Proust y más adelante con el propio Forster, todos ellos homosexuales y con un indeleble rasgo autonegador en sus intentos por ficcionalizar esa faceta de su comportamiento humano, bien fuera utilizando numerosos subterfugios narrativos y poéticos, describiendo personajes que se codean con la autodestrucción (como el protagosnista de El Inmoralista), o dejando obras en los archivos “para un momento mejor”, como le ocurrió a la afamada Maurice. En comparación con la situación de las pricipales figuras homosexuales de la literatura europea de principio de siglo, Constantine Cavafis supuso una excepción en tanto que, a través de sus versos, al amor le llama amor y al hombre, hombre, una honestidad que sólo tiene un precedente en la literatura occidental contemporánea: el americano Walt Whitman, quien de todas formas al amor le llamó camaradería. La ausencia de claves, metáforas u otras figuras para enmascarar un amor que apenas aún se atrevía a pronunciar su nombre la encontramos en versos como los siguientes, extraídos del poema titulado Dos jóvenes de Veintitrés a Veinticuatro Años:

Sus bellos rostros, su arrebatadora juventud,

el amor sensual que se tenían,

se vieron refrescados, revivieron se reconfortaron (...)

y plenos de gozo y energía, sentimiento y belleza

se fueron –no a las casas de sus honradas familias

(donde por otra parte ya no les querían):

sino a una que ellos conocían...

La poesía de Cavafis, como se puede apreciar en el fragmento anterior, está cargada de un erotismo bastante diáfano, que acaricia con contundencia al lector. De la misma forma, es una poesía ciertamente narrativa, casi desprovista de figuras retóricas y que recuerda bastante a los epigramas eróticos de la antigüedad grecolatina, muchos de los cuales se conservan, y de los que el escritor griego posiblemente se inspirase. En sus composiciones, Cavafis intenta retoma lugares como la Grecia Romana, justo antes del advenimiento del cristianismo, escogiendo nombres propios en los que la historia y la ficción se entremezclan hasta el punto de retar al más arduo historiador acerca de la veracidad histórica de ciertos personajes. En otros poemas -en la mayoría- el tiempo ficticio es el suyo contemporáneo; sus personajes, jóvenes trabajadores de las capas más bajas; y la acción, sus más genuinos deseos en los que por una vez, la sinceridad no encuentrá corsé alguno en la pluma del poeta.

James Baldwin: El Cuarto de Giovanni

James Baldwin: El Cuarto de Giovanni

Esta novela, aparecida para el público en 1956 unos cuatro añós después de la primera publicación narrativa de su autor Ve y díselo a la Montaña, supone para muchos una de las revelaciones más significativas en cuanto a la literatura gay de nuestro siglo en las décadas antes de Stonewall. La historia, que en ningún momento se recrea en descripciones físicas sobra la relación entre David y Giovanni, traza unos estereotipos que en sucesivas novelas posteriores se han repetido: por un lado nos encontramos con el típico homosexual reprimido, autonegador de su propia realidad y felicidad; por otro lado, tenemos a Giovanni, que nunca se cuestiona esa realidad sino que vive para ella y cuando se da cuanta de que ya no la puede tener, renuncia a seguir viviendo y se autoaniquila sumiéndose en la más deshonrosa de las ignominias: el asesinato, por el cual es condenado a muerte.

Para muchos colectivos gays de los setenta la novela atentaba contra muchos de los teoremas por los cuales ellos decían luchar. Así las cosas no disfrutó de gran aclamación en una época en la que lo tendente era desear historias con final feliz a cualquier precio. Sin embargo, sería erróneo pensar que el punto de vista del protagonista es el mismo que el del narrador. Ni mucho menos se hace un balance trágico de la homosexualidad en la sociedad contemporánea, sino que por el contrario se hace apología de la tragedia en la que muchos seres humanos están inmersos por culpa de la negación del amor por parte de rígidas y convencionales reglas sociales que en ningún momento comtemplan el amor entre iguales. Además, la novela no es sino un fruto de su tiempo, una década en la que haber celebrado la homosexualidad como lo hacemos hoy en día, sin ningún temor a la represión, habría podido significar incluso la cárcel para quien lo hubiera hecho.

De la misma manera, la novela tampoco tuvo un gran aclamo entre el colectivo feminista por considerarla misógena desde un nuevo punto de vista que nunca habían previsto. Así, Hella, la prometida de David, se presenta como una mujer que está dispuesta a abandonar parte de sus aspiraciones individuales con tal de unirse a él en convencional y atávico matrimonio, del cual sólo es redimida al final al descubrir ella misma la realidad de su amante.

Fue ayer y no me acuerdo

Año y medio después de la primera edición de No se lo digas a nadie, Bayly sacó lo que sería la secuela de una historia que había disparado cualquier expectativa sobre las posibilidades comerciales de una novela sobre bisexualidad, droga y ambientes marginales en un entorno tan distinto al nuestro como el Perú urbano del que el autor es originario. Siempre se ha dicho que seugndas partes nunca fueron buenas y dicho coemntario, aplicado al poco éxito de Fue ayer y no me acuerdo, bien podría ser cierto. La crítica tampoco bendijo la segunda entrega de las peripecias vitales de Joaquín. Enseguida los que se quedaron con las ganas de hundir a Bayly por su primera novela, encontraron aquí la carroña que estaban buscando; y es que en este país estamos poco acostmbrados a la literatura por entregas, a la ficción que se construye para mero entretenimiento. En un entorno más anglosajón Fue ayer y no me acuerdo habría repetido con toda seguridad récord de ventas, pero aquí en España donde se lee mucho menos (y casi nunca por mero entretenimiento), el valor de una obra resido en la capacidad de una autor por innovar y superar lo que ya hay escrito más que por dar un tanto de lo mismo, aunque la segunda vez lo haga mejor que la primera, como bajo mi punto de vista es el caso de esta novela. Bien es cierto que las acciones y los personajes son casi idénticos. Eso no es óbice para que Bayly hay escrito una novela mucho más depurada y bella que su predecesora., aí que como claramente reivindicativa, cosa que se ve poco aún a pesar de la proliferación de obras gays en los últimos años. Baste con el extracto de la carta que Gabriel, el personaje narrador de esta novela le escribe a sus padres casi al final del libro: (p. 302)

Federico García Lorca: Poemas del Amor Oscuro y Oda a Walt Whitman.

Sin duda alguna es la figura literaria más reconocida fuera de nuestro país, al nivel de apropiación homosexual y posiblemente también a otros niveles más “generales”. Sin embargo, Federico no escribió apenas poemas en que recreara una visión “moderna” de la homosexualidad. Lo máximo a lo que llegó fue a la composición de los llamados poemas del amor oscuro, en los que el adresée parece ser un hombre más que una mujer y en los que refleja ciertos matices de un amor oscuro por cuanto diferente. Para ello evita el uso de cualquier tipo de referencia pronominal que especifique un género u otro. Por otra parte, el texto más significativo de la homoeroticidad lorquiana es, sin duda alguna, su Oda a Walt Whitman, recopilada en notorias antologías como el Penguin Book of Homosexual Verse de Stephen Cootes o Antología de la Literatura Erótica de Gregorio Morales, quien erróneamente asevera que el poeta repudia a los maricas, a los que explícitamente hace alusión en su poema. No es que Federico rechace a los homosexuales en general, pues él era uno de ellos. Lo que en realidad hace en algunas estrofas de su oda es descalificar lo que hoy en día podríamos llamar outing o apropiación indebida, pues incluso en los años veinte se desataban histerias por desenmascarar a quien voluntariamente optaba por llevar una vida personal en el armario, como fue el caso del poeta de Long Island. En otro orden de cosas, Lorca expresa su profunda admiración hacia quien debió ser para el de Fuentevaqueros una auténtica inspiración. Admira todo lo que para Lorca en Whitman era sensualidad y naturaleza en perfecta conjunción, en contraposición con lo que él debió de considerar como la corrupción de ese deseo original, que se sitúa en las ciudades (y más concretamente en Nueva York) y en las tabernas que los maricas frecuentaban.

1.1. Estratón de Sardes: La musa de los muchachos


Recopilación de textos homoeróticos que el autor, en época de la Grecia romana en el siglo II de nuestra era, confeccionó con poemas propios y de otros que le antecedieron, entre los que podemos destacar a Meleagro. Son epigramas sobre el amor efébico, sobre la exaltación del cuerpo adolescente y de la tristeza por la llegada de la madurez. En ellos no sólo podemos percibir alusión a la belleza física, sino incluso a emotividades como los celos, el amor no correspondido, e incluso censuras hacia el amor homosexual hetedoroxo: aquél que no se daba entre un maduro mentor y un imberbe discípulo

E.M. Forster: Maurice y otras obras


Muchos críticos aseguran que Maurice es la primera novela modernamente homosexual que se pueda registrar en la literatura occidental. A pesar de ello, nadie la pudo saborear hasta que la década de los setenta irrumpiera sobre un público ya acostumbrado a oír hablar de temas que en el momento de la redacción de la obra habrían sido escandalosos y censurables en alto grado. Escrita en 1914, supuso un giro de algo menos de ciento ochenta grados en la línea narrativa de E. M. Forster, acostumbrado a bisturear por los intrincados morales de la sociedad Post-Victoriana en su Inglaterra natal. Sin embargo, Maurice constituyó su primera tentativa en reflejar en un ambiente claramente homosexual esa crítica a las rígidas costumbres sociales que había utilizado en obras tan célebres como Regreso a Howads End o Donde los Ángeles no se Aventuran. Para ello eligió una atmósfera donde las relaciones homoeróticas habían fluctuado como espíritus traviesos desde hacía siglos: el campus inglés, donde un homosexual culto e inteligente en ciernes se encontraba siempre con la oportunidad de saborear la compañía de sus iguales y llegar a puntos admisibles de camaradería y amistad rayanos en lo, cuanto menos, homofílico.

Contrapuesta a este ambiente de escape y controlada liberalidad, está la siempre hostil manía británica por encauzar los sentimientos por vías puritanas y negadoras del placer mundano en pos de una divina redención. Los personajes de esta novela intentan luchar contra este último elemento en un deseperado esfuerzo por redimir sus más naturales sentimientos en una época y en un lugar donde (cit) lo más fácil era soterrarlos hasta el punto de creerlos aniquilados, como es el caso de Clive, el amante de Maurice en Cambridge que finalmente se rinde ante el temor al más que seguro estigma social y decide casarse y olvidar todo lo disfurtado con su antiguo compañero.

Maurice es además una novela de clases en las que las capas que separan a unas y a otras en la sólida estratificación británica se diluyen en pos del deseo natural y verdadero.

Así, Maurice resulta vencedor en una sociedad que no admite a los de su clase. Para ello se ve obligado a vivir al margen de ella pero para ella misma llevando una doble vida que le permite ser un convencionalísmo agente de bolsa y un amante perfecto para Alec, un simple guardabosques que en su falta de corrupción moral, admite abiertamente el deseo y la pasión que le engarza a un igual.

Lluís María Todó: El juego del mentiroso

En la que es sin duda alguna la menor de sus novelas hasta la fecha, Lluís Mª Todó nos traza las intirncadas vidas de tres amigos que, a través de un original juego en el que realidad y fición se funden, se conocen, para luego ir intercambiando experiencias y amantes.

La técnica narativa es duedora de la formación francesa de su autor. Nos encontramos con la narración dentro de la narración, lo que nos lleva indudablemente al Gide de Los monederos Falsos.

El fragmento anotado de la página 38 a la 50 es uno de los pocos en donde se abunda sobre el costumbirsmo homosexual de ambiente en el ámbito de nuestras letras.

Es asimismo una de las pocas novelas donde homosexualidad y compromiso político parecen de alguna manera realacionados (p. 62)

En general, es una de las pocas novelas donde se pasa un examen al faustosismo desenfrenado con el que algunos homosexuales catalanes vivieron los años de la transición, en unos ambientes y con unas costumbres perfectamente trasladables a nuestos días. En definitiva, se pone en tela de juicio “este tren infernal de bares y discotecas y saunas y cuartos oscuros” (p. 244).

André Gide: El inmoralista

El inmoralista

Publicada en 1902. En esta novela asistimos al viaje homoerótico del protagonista Michel, en realidad auténtico alterego de Gide, a través de su matrimonio con Marceline, una mujer la cual es apenas descrita más allá del sufrimiento de ser espectadora activa de la transformación de su marido en ese hombre nuevo sensual que busca ante todo la sinceridad consigo mismo por encima de las ataduras sociales, representados en esta caso por la propia Marceline.

La novela es un flasback. Comienza en Túnez, lugar al que Michel convoca a sus amigos para hacerles saber la historia de su inmoralidad, desde el comienzo de su matrimonio hasta la consumación del mismo con la muerte de tuberculosis de su mujer.

Ya desde los albores de dicha unión el protagonista se empeña en buscar solaz a la vera de muchachos ostensiblemente menores, hacia los cuales sin embargo no hay referencia explícita de que la atracción fuese más allá de lo platónico. No obstante, las continuas salidas de Michel a solas, adentrándose en frondosos jardines en los esperaba encontrar una exuberancia que su mujer no estaba presta a darle, son prueba inequívoca de que lo que germina en el protagonista no es un simple estado latente del espíritu que lo deje indiferente. Lejos de ello, es el leitmotiv de su inmoralidad, lo que en última instancia terminará desmoronando, según su propia apreciación, la salud de su mujer.

Asistimos en esta obra de inicios de siglo a un interesante testimonio de una homosexualidad velada con la funda de lo que por aquel entonces se consideraba como una de las mayores inmoralidades. Apenas hay fragmentos en los que se explicita sin rubores la tendencia homosexual del protagonista en el que el sentimiento de autoculpa y ese trágico sentimiento de la vida predominan por encima de todo.

Aquí, de la misma manera que en Maurice o en las más atrevidas novelas lawrencianas, la transgresión moral va unida a transgresión social en una época en la que las clases sociales eran de vital relevancia. De esta forma, el protagonista es poco pudoroso a la hora de demostrar afecto y atracción hacia la hermosura de los chicos árabes de la calle o los granjeros de Normandía, y sin embargo notoriamente precavido al contactar con Ménalque, auténtico retrato del Oscar Wilde más decadente.

André Gide: Corydon

Corydon

Puede que nos encontremos ante el primer texto reivindicativo escrito con ciertas pretensiones literarias por un autor que en su momento fue considerado de prestigio. Concebido al estilo de los antiguos diálogos socráticos, a los que parece en muchos sentidos rendir pleitesía, , este ensayo apologético sobre la homosexulaidad vio la luz por priemra vez en una edición reducida de tan sólo doce copias en 1911, en una edición que no contenía los dos últimos diálogos completos. La primera edición comercial tuvo que esperar hasta el año 1924.

Con la elaboración de Corydon, se podría considerar a Gide como un auténtico adelantado a su tiempo. Se podría asimismo argüir que el autor francés, a pesar de los conatos fallidos de liberación con los que pretende caracterizar a sus personajes (vid. El Inmoralista), realmente escribió enconrsetado, dadaas las circunstancias de laépoca que le tocó vivir. Corydon supuso hasta cierto punto su liberación.

La obra consiste en cuatro diálogos en los que los dos protagosnistas se engarzan en discusiones en torno al tema del uranismo a la lus de la historia natural, la historia, la literatura y las artes. En ellos Corydon, el personaje con el que el personaje-narrador dialoga, fundamenta estructuralemente en torno a los citados pilares una auténcia apología liberadora del uranismo, indagando en la histoiria, revisionando datos, fechas, obras y personajes históricos.


Carlos Sanrune: El Gladiador de Chueca.


Este título, a pesar de que, como dice J.M.G. Cortés en Identidad y Diferencia, tiene una muy escasa calidad literaria, está suponiendo un veradero reto para los revisionistas de este tipo de literatura, ya que pocos títulos están disfrutando de tanta atención como la novela de Sanrune. Quizá sea por el relativo éxito de ventas que la obra alcanzó desde su publicación en Laertes, o quizá por la visión tan atrevida, provocadora y a la misma vez sórdida que el autor hace de la homosexualidad, la cual, según Alberto Mira en Para Entendernos, disfruta de una visión realista y positiva, mientras que para Cortés refleja lo que él llama un claro autodesprecio homosexual. Hay que tener en cuanta que éste último incide sobre todo en ciertos aspectos sociológicos de la novela, todo vez que Mira se centra más en en la obra como pieza literaria, de la que destaca su estructura episódica picaresca, y en una referencia al artículo de Cortés dice que “no se trata de hablar de homosexualidad, sino de presentar la difícil vida de un chapero.”

La historia de este inominado personaje comienza casi por su propia nacimiento y sus recuerdos infantiles en una apartada aldea de Soria, de la que se traslada a temprana edad para ir a vivir a la periferia madrileña. En un estilo más propio de Salinger que de Genet o Passolini, el personaje nos va contando sus peripecias eróticas desde el mismo momento de su primera masturbación, pasando por sus amores imposibles en el internado de Sevilla donde descubre que el amor no es viable, culminando este bildungsroman erótico en su carrera como chapero en Madrid y Benidorm, aunque sin olvidar el sueño nihilista que el protagonista alberga en el último fragmento de la novela.

Lo interesante de esta obra es su estilo realista, con gancho para cualquier tipo de lector, incluso para aquél que a la postre no vaya a disfrutar del recuerdo de la misma. El autor hace referencia a lugares y tópicos muy comunes a ciertos ambientes homosexuales, aunque no hay que llevarse a equívoco: en ningún momentos se los presenta como los únicos ambientes homosexuales, sino más bien unos concretos que sirven bien al propósito de la novela.

La indudablemente escasa calidad literaria se explica sobre todo por la poca consistencia y profundidad del personaje-narrador, con el cual es imposible reconocerse, no ya por su sórdido devenir social, sino por su continua esquizofrenia estructural, como se puede percibir en la pág. 76.

Cacheo (Frisk), Dennis Cooper, 1991

Novela evocadora de autores como Genet o Couctou, así como de otros como Easton Ellis.

Contiene escenas salvajes de sexo, mezcladas con violencia y muerte, aunque pasadas por el tapiz de lo ficticio.

Es relatada en algunos frangmentos de forma retrospectiva. El narrador da cuenta de su adolescencia y de su despertar a las formas más ¿alienadoras? de homosexualidad. Se da cuenta de varios episodios homosexulaes con diferentes pernojas. Algunos de estos personajes son: Julian, Samson, Henry, Joe y el holandés que aparece en la parte última del relato. La estructura narrativa externa mezcla varias formas de narración, destacando la epistolar. Son cartas que el narrador envía a su amigo Julian en las que le da cuenta de sus devaneos con el sexo y otras circunstancias relevantes de su existencia.

El sexo se ve igualmente mezclado con grandes dosis de drogas y alcohol.

Dentro de la narrativa gay, sigue la línea de malditismo iniciada con The Young and Evil y seguida por Burroughs y Rechy en los sesenta.

El sexo es explorado de forma metafísica mezclándolo con el dolor y el sufrimiento de los otros, así como la impasividad hacia ese sufrimiento por parte del sujeto.

Boris Izaguirre: Azul Petróleo

Denostada por muchos que ni siquiera se han tomado la molestia de leérsela, quizás debido a la imagen que el autor da en ciertos programas de televisión, Azul Petróleo es una de las obras más interesantes y con mayor calidad que se han editado en España en los últimos años y no sólo desde una perspectiva gay sino desde cualquiera que sirva para saborear la buena literatura.

Desde los textos más antiguos que la historia conserva, es larga la tradición que une amor y muerte, pasión y sacrificio mediante extraños rituales cuyo campo de ceremonias suele ser el cuerpo físico. A pesar de todo, la presencia de la crueldad extrema en la narrativa es algo que siempre nos desconcierta, por cuanto estamos poco habituados a ella. La comunión escatológica entre amor y muerte ha sido desde siempre algo mucho más común en representaciones dramáticas, a pesar de los notables ensayos narrativos del Marqués de Sade, Apollinaire y Jean Genet, entre otros.

En esta novela Boris Izaguirre, caraqueño residente en Barcelona con cierta experiencia en guiones televisivos y otras facetas periodísticas nada relacionadas con la narrativa, nos sorprende con una prosa brillante en casi todos los lances. Mediante la utilización de una trama típicamente telenovelera, urdiendo un hilo narrativo en media res que nos presenta al “héroe” a punto de realizar su hazaña en medio del cuarto oscuro más grande de toda Europa, nos adentramos en los infiernos emocionales que ese héroe se va gestando desde la mentira misma de su nacimiento. A lo largo de sus primeros años de vida van desfilando por sus ojos personajes con los que aparentemente guarda distanciamiento y atracción vesánica a la vez: Alfredo, Amanda Bustamante, la memoria de su padre Armando, y Ernestino Vogás van tejiendo un secreto que de repente (como en las mejores y poeres telenovelas) se nos revela.

El protagonista-narrador, Julio, pronto vislumbrará el horror vampírico de su forma de amar, la cual comienza a negar desde el principio, desde el momento en que Alejandro, uno de los favoritos adolescentes del estudio de Ernestino Vogás, le posee y termina muerto en sus manos. Tras él vendrán Lorenzo, con el que vivirá el más emotivo de los romances, Julio, Salvador, Gerardo... casi todos ellos sacrificados en la emblemática fecha de su cumpleaños, que coincide con el inicio de la historia democrática de Venezuela.

Es en el último de estos cumpleaños, cuando va a cumplir su cuarta década de vida, cuando finalmente encuentra a su hermano perdido, perdido incluso en su memoria y que encuentra gracias sobre todo a esa pista camaleónica llamada azul petróleo, auténtico leitmotif de metáforas diversas en toda la novela. En esta ocasión, serán unos pantalones de terciopelo azul que le revelan al hermano que le da parte del secreto de su vida pero también la esperanza de su muerte justo cuando cumple cuarenta años, edad que parece simbólica entre algunas novelas gays como el final incierto de algo.

Ben Sahl de Sevilla: Poemas

A mediados de octube de 1999 fui a Valencia y en la librería El Cobertizo encontré el volumen titulado como la entrada a este archivo en la aclamada editorial Hiperión. Llevo leídas aproximadamente treinta composiciones de lo que no he tardado en considerar auténtico homoerotismo cortés, con temas y figuras bastante recurrentes en la poesía petrarquiana que iba a invadir Europa occidental a partir de 1350. Pocas son las cosas que se saben del autor aparte de que vivió en Sevilla hasta la reconquista cristiana, fecha en la que huyó a Ceuta, y que la mayoría de sus composiciones están dedicadas a un muchacho llamado Mohammed, Musa según su amante-poeta. Asimismo, temas como el bello escanciador real recuerdan sin ningún tipo de dudas el legado grecolatino en términos de homoerotismo.

Pero lo que resulta más sorprendente de todo es que en la presente edición, en el apartado bibliográfico no haya ninguna entrada que haga referencia al tema de la homosexualidad ni a la tradición que consigo lleva implícita, tan importante creo yo para entender el contenido de estas composiciones. Más sorpendente aún es el hecho de que no haya tampoco ninguna reseña en ninguno de los libros o enciclopedias que tengo en casa sobre este sorprendente autor, cuyos poemas amatorios por otra parte son de una belleza y lirismo sorprendentes.

El doctor Gregorio Morales, en su Antología de la Literatura Erótica, en la página 221 dedicada a introducir el capítulo Poemas Arábigoandaluces dice: “Platón llega a Al-andulus a traves del poeta Bagdag Ibn Dawud (868-910)...”

Sin embargo a lo que hace unos meses anoté sobre este sorprendente poeta arábigo-anduluz, hay que apuntar que Alberto Mira en Para Entendernos dedica una interesantísima entrada a este autor.


Armando Rabazo: Las paredes del Acuario

Algunos pueden pensar que esta novela es una recreación dignificada de El Gladiador de Chueca. Bien podría ser, sobre todo por el discurso en primera persona de un personaje (auto)marginado que nos narra sus picarescas peripecias por diversos espacios geográficos como Málaga, Madrid o Roma, los cuales sin embargo no toman la suficiente consistencia como para mantener un mínimo de credibilidad. A pesar del alcance que el autor intenta imprimir al enfoque sociológico de la obra, ésta en este sentido no es más que una sucesión de anécdotas intrascendentes, cuyo único interés es la trama misma, demasiado enrevesada para lo poco que cuenta.

En lo que se refiere al tema homoerótico, la puesta es más bien tangente, es decir, se opta por una dudosa bisexualidad del protagonista, pues las veces en las que halla acercamientos físicos con personas de su mismo sexo son muy pocas.

Es curioso que, a pesar de us manifiesta heterosexulidad, el protagonista vagabundea por las paredes de un acuario homosexual que le rodea y sin embargo no le invade (p. 128). Es como si estuviese inmune a sus efectos. A su alrededor no hacen sino pulular jóvenes y viejos homosexuales.

Uno de los mayores atractivos de la novela puede ser su estilo desefadado, antibarroco, sencillo (aunque en ocasiones simplista) que hace que su lectura sea bastante ligera y llevadera. En este sentido se podría relacionar con Bayly.

Arkansas, de David Leavitt

Arkansas es un conjunto de tres novelas cortas (o novellas como se denominan en inglés) cuyo nexo temático son, comoes habitual en casi todo lo que D.L. escribe, las relaciones humanas a través de filtros como la amistad, la familia y, por supuesto, la homosexualidad. En este sentido, Arkansas no debería suponer nada nuevo en la producción del escritor de Pittsburgh, pese a lo cual hay que quitarse el sombrero pues nos encontramos ante una obra cumbre dentro de su todavía escasa narrativa. El valor de estos tres relatos largos estriba no en su originalidad con respecto a otros escritos sino en la fineza del estilo que D.L. utiliza para la culminación de los mismos.

El artista de trabajos universitarios, la historia con la que abre este trabajo, es el relato de un joven llamado David Leavitt (el propio autor) que decide ir pasar una temporada con su padre a Los Ángeles mientras se esclarece un escándalo en el que se ha visto envuelto por culpa de una acusación de plagio. Las notas autobiográficas son evidentes en una novella que recoge toda la frescura, el buen gusto y el candor de otros trabajos suyos por lo humano y lo intensamente erótico.

En Las bodas de Madera, recuperamos a dos personajes de sus primeros libros, Celia y Nathan. La primera ahora vive en la Toscana donde está al frente de un restaurante. Nathan y Lizzie, una amiga de los dos, van a visitarla, y todos tratan de seducir al joven e irresistible Mauro, el cocinero italiano. Es una bonita historia de engaños y pequeños enredos que bordea la frontera de la comedia y el drama de pareja.

Por ultimo, La Calle Saturn cuenta la sobrecogedora histoia de un escritos que reparte comidad entre enfermos de sida, llegándose casi a enamorar de uno de ellos.

Apollinaire: Las Once Mil Vergas.

Autor de pricipios de siglo, Apollinaire escribió dos libros que revolucionaron la sociedad francesa de su época dada la osadía erótica que en ellos dejó impregnada. Las Once Mil Vergas, a diferencia de Las Desventuras de un Joven Don Juan, deja de lado el mero erotismo armonioso y pasa a esferas como la pederastia, la necrofilia y el bestialismo que retan al mismísimo Marqués de Sade en su grado de perversión. Las Once Mil Vergas no estaría incluída en esta colección si sólo fuera por la referencia explícita que se hace de la relación sexual entre el protagonista, el prícipipe rumano Mony y su ordenanza Cornaboeux, a pesar de que el tema se queda en el simple acto sexual, dentro de los muchos otros que indiscriminadamente se suceden entre las ciento sesenta páginas.

Es, sin embargo, la interesante reflexión que el propio príncipe rumano hace sobre la homosexualidad lo que le da al libro un cierto carácter reivindicativo además del elucubrativo. Estas son sus palabras:

“¿Sientes bien el instrumento que, no satisfecho con haberte engendrado, ha asumido además la tarea de hacer de ti un joven perfecto? Recuerda además que Sodoma es un símbolo civilizador. La homosexualidad hubiera hecho a los hombres semejantes a dioses y todas las desgracias nacen del deseo que los distintos sexos pretenden tener el uno del otro. En la acutalidad sólo hay un medio para salvar a la santa y desgraciada Rusia, y es que, pedófilos, los hombres profesen definitivamente el amor socrático; mientras habrá que mandar a las mujeres a la roca de leucade para que tomen lecciones de safismo.” (p 82)
Nada lejos del planeta bollomarica que algunos hoy día ansiarían.

Antonio Gala: La Regla de Tres

El final trágica de esta novela no se propone dar ningún tipo de soluciones, sino más bien ahondar en los planteamientos que desde el principio se exponen: la irresolubilidad de la regla de tres en els er humano.

La histoira es un inteligente planteamiento cuya soluciónmatemática se intuye desde el principio va a ser imposible. Aún así las operaciones para llegar a tal conclución son no menos fascinantes.

Si aislamos una por una las operaciones de la regla de tres veremos que cada una de ellas tiene su propia vicisitud individual: por un lado está el aséptico matrimonio entre Aspasia, mujer de belleza y madurez fascinadora, leonardo, eterno efebo y resistente a envejecer en las tribulaciones amorosas.

Las otras dos combinaciones son las resultantes de la irrupción en la vida de este matrimonio del escritos Octavio Lerma que, bajo la excusa de escribir su último libro de memorias se recluye en la isla en la que el desigual matrimonio convive.

La primera resultante es con Aspasia, una relación cargada de la metafísica de la infidelidad y la bigamia. El tono de la novela a veces se torna cintífico en las descripciones que se hacen de la relación de los amante, sobre todo cuando octavio lerma reflexiona en las páginas de su libro. En mi opinión es la parte menos lograda de la novela, pues se yuxtaponen con poca química literaria dos focalizaciones distintas con sendos lenguajes. El meramente narrativo y el expositivo, el cual algunas veces lega a ser demasiado cargante.

El otro vértice del triángulo es el formado por Leonardo y el escritor. Es el que más tensión origina dada la aparente heterosexualidad del primero el cual gradualmente es fascinado por las palabras de Octavio y conducido a una irremisible atracción por él y por una más estrecha unión con su esposa a través de quien a su vez la está disfrutando. El personaje a veces carece del mismo sostén interpretativo que Aspasia y Octavio, a pesar de lo cual no pierde su credibilidad. La resolución de este binomio se resuelve con gran belleza descriptiva, rayana en lo lírico, con los pazos y macizos gallegos como fondo.

El planteamiento temático de la bisexualidad está expuesto con gran inteligencia y sensibilidad. Dignas de subrayar son las palabras de Octavio, cuando, con platónica guisa se dirige a sus amigos como si estuvieran en un simposio con el fin de describir su aristofénica visión de la sexualidad. “Destesto las clasificaciones. Ellas tienen la culpa de que los homosexaules se comporten de forma privativa...” (pág. 106)

Si nos atenemos a los comentarios desprendidos por la crítica, la novela no ha tenido una buena acogida, provocada por la fama de cursilería menepáusica que envuelve a su escritor por anteriores novelas, mucho más flojas y comerciales como La Pasión Turca. No obstante, hay que destacar el mérito que la novela tiene para el panorama literario español en lo que se refiere a narrativa que aborda el tema de la homosexualidad, aunque aquí cabría decir más bien bisexualidad para los que aún crean en ella, que es posible.

Another country, de James Baldwin

Tengo ganas de escribir sobre la última novela que he leído de James Baldwin, Another Country. Es una novela llena de personajes que no aciertan a saber cuál es la mejor (o la menos destructiva) manera de amar. La obra arranca con el fascinante personaje de Rufus, negro, fatalista, tocador de jazz y angustiado por una vida que le oprime y que no llega a entender. Esa angustia vital le lleva inexorablemente al suicidio. A raíz de él nos encontramos con Vivaldo, blanco de ascendencia irlandesa, pero con la misma sensación de encontrarse, al igual del resto de personajes de este novela en otro país. Vivaldo traba conocimiento con Ida, la hermana del fallecido Rufus, la cual lucha por llegar al meollo de su opresión como persona de color. Tras esa lucha esconde en realidad una profunda frustración vital que tiene origen en cuestiones que trascienden la propia raza, según se muestra en las muchas conversaciones que mantiene con Vivaldo, diálogos en los que se profundiza en la pugna que ambos personajes establecen por conseguir una comunicación que siempre es difícil y que les hace funambulear por los finos derroteros de la infidelidad.

Por otro lado están el matrimonio aparentemente convencional que forman Cass y Richard. Esto último es escritor y este vínculo es el que le une a una persona tan diferente en planteamiento vital como Vivaldo, quien también es escritor pero sin una obsesión precisa por conseguir una promoción que es precisamente lo que Richard ha conseguido por una novela que, según Vivaldo, rezuma mediocridad.

En el sur de Francia nos encontramos con Eric y Ives, en realidad la única pareja que va a funcionar más o menos bien a lo largo de toda la novela. Eric, antiguo amante de Rufus, está enamorado de Ives, un joven francés con el que lleva casi tres años de relación. Eric es actor y quiere volver a Nueva York con el fin de labrarse una carrera en el emergente mundo del cine y la televisión. Esta circunstancia hace que ambos protagonistas se separen y que Eric recupere a sus viejos amigos, a los que encontrará bastante cambiados después de todo este tiempo.

Eric, desde su marginalidad sexual, filtrará los temores y deseos del resto de personajes. Servirá de revulsivo tanto para Cass como para Vivaldo, con los cuales mantendrá sendas relaciones, aunque el resultado de cada una de ellas será bien distinto ya que mientras la primera descubrirá el precipicio que la separa de su marido, el segundo se verá impulsado definitivamente a los brazos de Ida.

Dancer from the Dance, de Andrew Holleran

Publicada en 1978, fue una de las primeras novelas gay post-stonewall en recibir aclamación fuera de la crítica estrictamente homosexual. Contada desde una doble perspectiva que pretende jugar con el efecto narrativo de las cajas chinas sobre narradores y cosa narrada, relata las andanzas de dos personajes entrañables que encarnan distintos sombras dentro de la dualidad experincia-inocencia del mundo gay de principios de los setenta en la ciudad de Nueva York. Sutherland, diva desengañada y a vuelta de todo, capaz de creer que ha visto a la Virgen maría aparecer en la boca de un metro a las tres de la noche, encuentra en medio de su glamuroso peregrinaje por los locales de ambiento neoyorkinos al inmaculadamente atractivo pero tímido malone el cual pretende arribar a una poco definida salvación a través de un viaje erótico-emocional en compañía de todo aquel que le recuerde a su primer gran amor, Frankie.

La novela se desarolla en torno a estas dos figuras que sirven de estandarte para rastrear el submundo homosexual de una ciudad que cobra a veces dimensiones mitológicas.

Dos novelas de Alberto Ciáurriz

El Gran Salto.

¿Podríamos, de hecho, encontrarnos ante el gran salto de la literatura gay en nuestro país hacia una literatura de gran calidad, de primera calidad incluso,en la que los personajes expresan su sexualidad libremente, ora en clave heterosexual ora en clave homosexual? Es curioso que nos hagamos este planteamiento, repleto de tesis deconstructivista, a la luz del primer premio de literatura gay que se concede en nuestras letras.

Pero lo cierto es que Alberto Ciáurriz, un maduro escritor navarro prácticamente desconocido, nos tenía reservado, como bien diría Vanessa Williams en su canción, lo mejor para el final, el final de esta década, se entiende.

El Gran Salto tiene, como los grandes relatos universales, una visión globalizadora en lo que se refiere al escope de la vida de sus personajes. Contada en media res, nos encontramos a Arturo hablando sorprendido tras varios años de silencio, con su prima Rosa, la cual le invita al reencuentro con parte de su familia en la vieja mansión de Alpedrejo, donde Arturo solía pasar todos los veranos de su infancia junto a su taciturna y maniática tiabuela. En el que iba a ser el último de esos veranos, en medio del tedio de sus lecturas y una incipiente conciencia del deseo como forma de percibir el medio ambiente que le rodea, Arturo conoce a Fernando, un chico del pueblo del que se enamora, con el que tiene su primera relación sexual en un entorno intensamente bucólico, y con el que inevitablemente sufre la primera gran amputación de ese deseo y amor, debido al miedo y la represión del chico lugareño.

En esas primeras escenas de Apedrejo, naturaleza y sociedad son elementos discordes que juegan un pulso en el que cruelmente gana la última. Es de esta derrota de la que parte el resto de la novela, una verdadera búsqueda por recobrar el paraíso perdido a través de un purgatorio del que el protagonista inopinadamente va tomando conciencia e incluso formando parte.

En lo que sin duda ha de ser una de las grandes obras de esta década, Alberto Ciáurriz traza una obra a medio camino entre la novela y el relato. La amplia consideración temporal hace que la obra se enmarque dentro de la tradición novelistica, mientras que los recursos empleados por el autor para pincelar escenas con apenas dos o tres adjetivos y pocos sustantivos más; los resotes empleados para pasar adelante la cinta de la vida de los protagonistas; el pleno uso de desarrolos frente a unas muy bien conseguidas situaciones de crisis, hacen que la narración se aproxime y se encuadre mejor en la categoría de novela corta, tan poco prodigada en nuestras letras en una época en la que lo único vendible parece ser lo que supera las trescientas páginas.

Café Taurus

En lo que supuso la primera novela de Alberto Ciáurriz en ver la luz, nos encontramos con una historia que nos resulta muy familiar, en todos sus aspectos: para empezar es la crónica de una familia, condensada en apenas los últimos días de un agónico verano entre el azul cegador del mediterráneo y la gris cotidianeidad de Madrid; para continuar, está contada con un estilo fluido, que hace que en ningún momento nos desfamiliaricemos ni con los personajes ni con la historia que éstos van trazándonos. Tanta familiaridad, sin embargo, juega a veces en contra de la calidad de la narración, por cuanto el lector a veces necesita que se le cuenten cosas, por muy familiares que sean, con un mínimo de originalidad, desfamiliarizándolo de la escena, añadiéndole a su lectura un ingrediente novedoso por el que luego pueda ser recordada. Leer Café Taurus es como beber un vaso de agua: reconfortante, refrescante incluso, pero algo de lo que luego apenas te acuerdas.

La acción está planteada con una gran inteligencia. Los varios personajes que por turno van focalizando la acción llegan un punto en el que alcanzan, en su devenir narrativo, una extraña e inverosímil correlación, que sin embargo se nos muestra como algo totalemente coherente. Así, la única coincidencia se produce en el avión en el que Rosa viaja de regreso a Madrid y conoce al que a la postre se convertirá en el compañero sexual del hijo de su actual amante. Estos varios personajes (Juan, Teresa, Juandos, Iván, Sita, Martín, Rosa, Emilio) van naufragando cada uno a su manera en sus respectivos intentos por acercarse unos a otros a través de una afectividad que no logran entender ni transmitir demasiado bien, a pesar de sentirla. Los conflictos que cada uno va planteando tienen como piedra de toque el sexo, tanto para destruir así como para recomponer lo destruido. No obstante, en ciertas escenas de clímax conflictivo, (como cuando Juandos le revela a su madre su homosexualidad, o cuando ésta le plantea a su marido la gravedad real de su situación, o cuando el primero habla con Emilio sobre su situación con Iván) a los protagonistas les falta veracidad y fuerza en unas pasiones que de otra forma nos arrastrarían de verdad.

Es una de las pocas novelas en las que las relaciones sentimentales tanto homo como hetero conviven cada una a su manera, inmersas en la misma telaraña de una conflictividad resultante de la tensión entre la búsqueda y el deseo de unas personas por otras. Alberto Ciáurriz, lejos de desproblematizar la homosexualidad, lo que hace es problematizar la sexualidad y la afectividad enteras, cuando éstas no son lo suficientemente comprendidas por la personas implicadas. Curiosas son las palabras de Teresa al hablar con su marido sobre la homosexualidad de su hijo aduciendo que “ser gay es, incluso más fácil que ser heterosexual” (p. 149)

Asimismo, es una de las primeras novelas en castellano, amén de las de Jaime Bayly, que aborda el tema de la orientaión sexual y lo entreteje en el contexto de la familia tradicional, con la cual las emergentes actitudes sexuales del personaje gay se reflejan en el mismo prisma de éxitos o fracasos, sin que en realidad hay una gran diferencia entre la felicidad fingida de la familia heterosexualizada y el desasosiego genuino del homosexual por creer no pertenecer en el medio en el que ha sido educado.

Fag Hag, por Robert Rodi


En un principio parece que nos vamos a enfrentar con el típico relato gay de ambiente: discotecas, ligues, romances, rupturas, sexo, algo de droga, diversiones hasta el amanecer y todo el escaso etcétera de los loci harto comunes de este tipo de relatos. Afortunadamente, gracias a la mariliendres protagonista de esta divertidísima y entretenida historia, eso no es así.

Natalie Stathis pretende encarnar, grotesquizar y al final redimir a lo que en América se denomina una fag hag. Aquí en España dicho concepto no encontraría un acomodo lingüístico y cultural adecuado por la sencilla razón de que aquí ese aspecto de la vida gay urbana no parece haberse desarrolla hasta el extremo en que lo ha hecho en muchas de las ciudades más importantes de Norteamérica. A pesar de que en nuestro idioma tenemos el término mairliendres para referirnos a las mujeres que suelen salir con homosexuales, la recurrencia con las que este tipo de relaciones se dan aquí no tienen parangón con respecto a Estados Unidos; las razones podrían ser un buen motivo para la especulación sociológica, que tampoco es nuestro objetivo.

Natalie Stathis es amiga de Peter. Está indebidamente enamorada de él, a pesar de saber todo el riesgo que ellos conlleva. Hasta la fecha se las ha arreglado para desbaratarle todos los ligues que amenazan con prosperar. Sabe que en el momento en que algún romance crsitalice su relación con su amigo ya no volverá a ser la misma. Natalie también tiene una madre que está obsesionada en que su hija mantenga una relación seria con alguien de verdad. No tiene ni idea de lo que va peter y al menos espera que su relación con su hija prospere. Natalie, al amrgen de su obsesiva amistad con Peter, apenas parece tener a nadie más.

En el banquete de la boda de su hermano Calvin, al que asistió a regañadientes y sólo porque Peter finalmente accedió a acompañarla, Peter conoce al que por entonces era el proveedor de armas de Calvin. Aparentemente es un tipo sin demasiados atractivos, al menos de esos que sólo se pueden desprender del físico. Es poquita cosa, está encalveciendo, además tiene un nombre que desafía todo interés: Lloyd Hood, nombre que recuerda a una firma de abogados del downtown o una agencia de asesores financieros. Para sorpresa de Peter Lloyd resulta ser gay... y muy intelectual. Una persona con la que se siente bien y con la que al final termina congeniando. Natalie no parece temarle en serio al principio dadas sus coordenadas física. Al cabo de un tiempo se irá dando cuenta de que sus tácticas no le servirán para evitar lo inevitable: que la pareja se enamora y que Peter como consecuencia se aleje de ella. Entonces es cuando el tarro de las esencias se destapa y comienza la auténtica locura: escuchas con micrófonos, cahntajes, atracos e incluso el secuestro final.

Está contado con el típico estilo absorvente que se ha venido utilizando durante la década de los noventa. No hay grandes pretensiones hacia una profundidad psicológica, aunque a pesar de ello la hay. Hay sobre todo una sátira a un tipo de comportamiento y, sobre todo, un final sorprendentemente esperanzador en el que se elude que haya buenos o malas. Simplemente perdedores con dignidad de querer recuperar lo más valioso que hay para toda persona: la autoestima.

Novela de gran contenido sociológico. Sobre todo en las primeras partes se describe con cierto detalle el ambiente gay de Chicago.

Recordar asimismo las escenas con el poli Luigi y su amante negro Curtis. Menuda enredadera arma la Natalia de los cojones con ellos dos.

También habría que detenerse a analizar con detalle a Lloyd. Es éste el más complejo e interesante de todas los personajes que aparecen en esta historia. Y lo es porque es quizá el menos políticamente correcto e impredecible de cuantos aparecen o de cuantos esperamos puedan aparecer en una historia supuestamente gay. No sólo sorprende su mariconez en un tipo que se dedica a la venta de armas. Su particular visión antidemocrática nos desconcierta por lo revolusionaria, lo visionaria, lo justa y lo utópica de la misma. Sus ideas son como un cuento neoliberal terrible del cual Lloyd pasa la última página en el episodio del atraco a Peter.