martes, 13 de octubre de 2009

En el desván de los libros perdidos

Hoy he subido al desván donde una vez apilé los cientos de libros que decidí no iban a viajar conmigo desde que, hace ya casi quince años, volé del nido familiar. Aparte de las arañas patúas y el indigesto polvo apilado por años de inacción, me esperaban innumerables volúmenes que algún día, en los albores de mi vida lectora, devoré. Sería tedioso hacer una recopilación de muchos de ellos; no en vano, la razón por la que estaban allí era porque no creí en su momento conveniente tenerlos a mano. Para una persona como yo que salía a razón de uno o dos libros por semana en mis años universitarios, pretender tener una biblioteca personal exhaustiva siempre al lado es imposible, especialmente si tenemos en cuenta que estuve vagando de una casa de alquiler a otra durante más de cinco añitos, durante los cuales me acordé de los muertos de más de un autor por obligarme a cagarlo a cuestas cada vez que tocaba mudanza. Sin embargo, muchos recuerdos de horas pasadas en la mecedora se han agolpado demasiado deprisa. La razón por la que he invadido la planta segunda de la casa de la huerta de mi abuela ha sido mis ganas de leer una novela negra que hace catorce años me aburrió soberanamente, y que ahora tengo el convencimiento de que me va a gustar, Beltenebros, de Antonio Muñoz Molina. Curiosamente, no la he encontrado entre esa vorágine polvorienta de publicaciones, y ha tenido que ser al regresar a Molina cuando la he visto yaciendo en su mismo lugar de siempre, en la misma leja de siempre, en mi habitación de casi toda la vida.

viernes, 9 de octubre de 2009

Bibliotecas de mi vida

Soy licienciado en filología inglesa. Comprendo el mundo en parte gracias a la lengua inglesa y a la cultura que me han aportado los países donde se habla a lo largo de los años. Uno de los grandes descubrimientos que hice en aquella (lejana ya) grisura del norte de Inglaterra de mis ni siquiera 20 años fue el de la biblioteca pública de Manchester, justamente el día en el que, después de más de dos meses de estancia en esa ciudad decrépita por el desmantelamiento industrial, iba a regresar a España. Just my luck, pensé. Precisamente ahora que me marcho descubro aquello que más placer me podría haber dado. Para mí, acostumbrado a mi biblioteca pueblerina (y no me quejaba por aquel entonces) de Molina de Segura, encontrarme con semejante mole neogótica de cinco pisos cubiertos de libros de cualquier tema imaginable, recorrerlos y coger cualquier tomo era algo para lo que nadie me había preparado. Unos años después, en mi inolvidable años Erasmus, la biblioteca universitaria de la Universidad de Hull se convirtió en mi segundo hogar después del número 8 de la Cranbrook Street. En comparación con el esperpento que era en 1994 la Biblioteca Negrija en Murcia aquello se me aparecía como una especie de ciencia ficción de los libros. Todos los trabajos que tuve que hacer en aquel último año de carrera, cuando los procesadores de texto eran arcanos sólo accesibles a expertos, los gesté gracias a las decenas de volúmenes que consulté libremente.
La consulta libre de fondos bibliográficos queparecen interminables debe ser la pieza clave de cualquier biblioteca que se preste. Es por ello por lo que debo admitir que, a pesar de haber estado en la Universidad de Columbia, en Nueva York, las bibliotecas universitarias en este país han mejorado fabulosamente. Mis últimas visitas a la biblioteca de humanidades de Valencias se han saldado con innumerables consultas para un tema tan específico como el que trato en mi tesis.
Por esto mismo, tengo sentimientos encontrados sobre mi primera visita a la Biblioteca Nacional. Sin duda, es un concepto de biblioteca totalmente diferente al que yo tenía. Allí, no eres libre para sumergirte en los estantes para encontrar (o perderte) los libros que precisas. Debes pasar por la aduana funcionarial de solicitar un máximo de tres libros. Por otro lado, eres tratado con la máxima deferencia, como si solo tu presencia allí fuera merecedora de loores. Es un concepto un tanto anticuado de biblioteca porque los funcionarios están a tu servicio, aunque en ningún momento se fían de ti, ya que se comportan como guardianes de la sabiduría bibliografiada como si este fuera la mano incorrupta de Santa Teresa.
No estaría mal que la BN se actualizara en este sentido. Está bien que mantenga su concepto de sitio de consulta más que de préstamo, así como que el acceso esté controlado a aquellos que acrediten estar en ejercicio de una investigación. Pero el acceso libre a las fuestes del conocimiento es vital para uno tenga la capacidad de decidir sobre qué cosas profundizar, analizar o sencillamente ignorar.

lunes, 28 de septiembre de 2009

El desencanto y la derecha

De nuevo la misma hernia: a más abstención más derecha. En Alemania la participación ha bajado y los democristianos, con los segundos peores resultados de su historia, ganan fácil. En Portugal, la de los collares a punto ha estado de dar un susto debido a que la abstención ha sido casi diez puntos mayor que hace cuatro años. Está claro que los progresistas somos muy permeables al desencanto electoral, mucho más que los obedientes conservadores que por mucho Gurtel que les eches siempre van, después de misa, con su papeleta en la mano a las urnas.
Es por eso por lo que no tengo ninguna esperanza de ninguna salida digna a esta crisis. Vivimos en un tiempo donde la lógica neoliberal impera sin que nadie la cuestione de forma efectiva en lo económico. Los partidos socialdemócratas cada vez son más mansos ante las leyes de mercado, y la única crítica que reciben es en forma de justo castigo electoral. Cuando gane el PP dentro de pocos años veremos que el paro baja, pero también subirán el infraempleo, las contrataciones basura, el desarraigo ideológico de los trabajadores..., hasta que vuelvan a hacer otra de Jaimito como lo de Irak y tenga que volver el PSOE a darle un barniz social a la cosa.
Y vuelta a empezar. No me extraña que alguna gente se canse.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Dunas de Maspalomas

Merece la pena hacer dos horas y media de avión, aunque sea en una compañía infame como Vueling, sólo por ver unas dunas que parecen la continuación del desierto del Sáhara ya en pleno Oceáno Atlántico. Antonio ya las visitó el año pasado y este año ha sido un perfecto cicerone, descubriéndome incluso ciertos recónditos rincones entre tanta arena de forma caprichosa.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Torture as the significant key to assemble all the pieces of chaos

I try so hard to step out of disconnectedness and make some sense our of the sundry experiences I get in so little time. Last night, it was the film "Waltz with Bashir". I told Miguel that the reason I got so emotional was because it reminded me of the misery I felt when I walked down the Valley of Death, near Svrenica in July, especially when I visited that Museum of Horrors where thousands of muslims had been massacred. Back then, during the March for Peace I said to my fellow marchers that one of the reasons that may have prompted that barbarism was human sadism, about which I have already written about. This morning Henry Miller has given me some more insight from "The Air-Conditioned Nghtmare", namely:
"Torture. That is man's middle name. Man-torture-man. In the middle of all emptiness, where even the beat of eternity is faint, there is this in-between thing called torture. This is the cornerstone of man's world, the rock on which the tomb of the womb of the world is built. This is the world, its end and meaning, its beginning, its evolution, its goal and spawn. Torture. So this is the world.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Moon Palace, Monument Valley y mi último viaje a EEUU

Paul Auster es, sin duda, uno de los escritores vivos que más influencia tienen en la forma que tengo de ver la vida y todos sus complejos elementos: el significado del arte y la creación, la tensión entre casualidad y conexión significativa, o el papel del escritor como ordenador del caos entre la ingente cantidad de estímulos con los que una urbe contemporánea como Nueva York le bombardea. Los personajes de Auster, ya lo supe desde que me estrené en su narrativa con The New York Trilogy, se lanzan a sí mismos a un vacío depurador que amenaza en convertirlos en homeless o vagabundos en la periferia de la pesadilla americana. En un momento de ese vacío sucede una epifanía a partir de la cual todo comienza a tener sentido, y el vagar de un lado para otro sin un dólar en el bolsillo empieza a tener como respuesta la recompensa de encontrar el santo grial del significado de la vida. Este podría ser el tema de obras tan dispares en argumento como Leviathan, alguna de las novellas que configuran la trilogía, The Book of Illusions, Brooklyn Follies, o una de sus primeras obras y última en leerme hasta el momento, Moon Palace. Aquí, el momento de la epifanía redentora es cuando el protagonista, MS Fogg, descubre el neón del Palacio de la Luna, que no es otra cosa que el cartel del restaurante chino que está en el edificio donde parece languidecer hasta la inanición. Más adelante nos daremos cuenta que ese neón preludia una visión lunar del paisaje más escondido del desierto que se cobija en el rincón más misterioso de las profundidades de Norteamérica, en la tierra estéril y carcomida por la erosión de Arizona y Utah. Precisamente ese desierto pintado, el que bordea el mayor tesoro geológico del continente, Moniment Valley, es lo que hizo que mis compañeros de viaje se dieran cuenta que todos los miles de millas desde San Francisco habían merecido la pena, aunque sólo fuera para ver lo inverosímil y roja que aparecía la tierra en ese desierto irrepetible, herido de cañones por los ríos Colorado y San Juan.
El buscar el sentido de la existencia a través de la inmensidad del continente norteamericano es uno de los temas más recurrentes de la literatura de ese país desde que Walt Whitman lo encumbrara a través de su poesía. El punto álgido de este errar de la ciudad al campo, del campo a las montañas, y de ahí a las llanuras interminables, al desierto más allá de las cumbres más altas y al más ancho mar de todos lo encontró la Beat Generation con Jack Kerouac como escritor más relevante y su On the Road como declaración de intenciones. Si muchos norteamericanos vienen a Pamplona siguiendo los pasos de otro de los monstruos de la literatura de su país, Ernest Hemingway, no deja de ser cierto lo mismo de muchos europeos que alguna vez nos hemos embarcado en un avión con la intención de coger un coche y emular a Moriarty y compañía en una de sus varias travesías por la inhóspita geografía de América del Norte. Monument Valley se encuentra acurrucado en lo más hondo de esa geografía. Henry Miller, que detestaba su propio país, dijo que era el punto más misterioso de toda América. Es un museo de extrañas formaciones geológicas en medio de uno de los desiertos más terribles que existen sobre la tierra. John Ford le rindió varios homenajes en innumerables películas, entre ellas La Diligencia y Centauros en el Desierto. En la novela Moon Palace es el sitio donde se fragua el devenir de las tres generaciones de desposeídos que conforman la narración en el seno de una cueva que el paso del tiempo sumerge, aparentemente, en lo que hoy en día es el Lago Powell, ese que vislumbramos mis amigos y yo cuando nos alejamos de Page, ese pueblo fundado a finales de los cincuenta no sabíamos exactamente con qué fuste. Ahora lo comprendemos. Se erigiría para atender los asuntos de esa presa, fuente de energía y derroche para los oasis urbanísticos que se han levantado en Arizona y que conforman esa pesadilla de aire acondicionado que ya presagiaba el bueno de Miller en los años 40.
Monument Valley es, junto con Yosemite, el sitio del Oeste americano al que sin duda voy a volver porque no tengo la sensación de haber agotado su misterio. Cabalgar a lomos de un caballo en completa soledad a través de las Tres Hermanas es algo intangible, sobre todo porque no he cabalgado un caballo en mi vida. Sin embargo, andar como ya una vez anduve y vislumbrar esos senderos sin pisar a los que Walt Whitman se refería en Cálamo sería culminar esa imagen tan particular que sigo teniendo de mi propio sueño americano.

domingo, 23 de agosto de 2009

Desde la espina dorsal de Europa

Desde que el oeste norteamericano pasara a formar parte de EEUU después de una cruenta guerra con Méjico a mediados del XIX, California especialmente se convirtió en la tierra prometida que impulsó la expansión de los territorios del este y, consecuentemente, la ocupación de los áridos y desolados territorios que forman una de las grandes llanuras del mundo. El año pasado tuve la oportunidad de conocerlos en un inolvidable viaje que me llevó desde Chicago a Los Ángeles, siguiendo a ratos lo que hoy en día se conoce como Ruta 66.
A mí me gusta volver a los sitios que me han ayudado a ser la persona que soy. Es por ello por lo que este año me he vuelto a embarcar en un viaje que me ha traído a muchos de los lugares que ya descubrí hace más de trece meses. Esta vez la experiencia ha sido radicalmente distinta al ir con parte de los amigos a los que más quiero. Nos encontramos ya en la fase final del viaje. Hemos estado una semana en San Francisco, casi una semana en ruta en un monovolumen que nos ha llevado a Yosemite, Las Vegas (qué experiencia más distinta y divertida la de este año!), el Valle de la Muerte, el Gran Cañón, Monument Valley y Williams, Arizona. Me encanta organizar viajes. Lo hago todos los años y quien ha viajado conmigo siempre me ha felicitado. Para los demás ha sido (está siendo aún) un viaje al contraste y la impresión más absoluta en medio de lugares urbanos, áridos, montaños que han conformado el oeste del que hoy en día es el país más referenciado, para bien o para mal, del mundo. Para mí ha sido la revisitación de los sitios que me ayudaron a cumplir mi sueño personal de viajero global el año pasado. Dentro de dos días estaremos en tres aviones que nos llevarán, vía Chicago y Madrid, de vuelta a Alicante. Es cierto que cuando no tienes ganas de que un viaje, por muy largo que sea, termine es que te ha calado por completo.

domingo, 9 de agosto de 2009

El año en el que descubrí a Ian McEwan

Decía TS Elliot en no sé qué artículo que un escritor no podía ser verdaderamente moderno a menos que se hiciera cargo por completo de su propia tradición. El autor de On Chesil Beach, Saturday, Amsterdam o Atonement revisita como nadie el siglo XIX (Atonement es un homenaje a la Jane Austen de Northernger Abbey o Emma), la narrativa más convencional del XX (esa misma novela parece una reescritura de altura de una novela poco conocida en España titulada The Go-Between, de LP Hartley), las unidades de tiempo clásicas (como en Chesil Beach, Saturday o Atonement, con esa insistencia en la unidad de las veinticuatro horas.) Además, como hace en Amsterdam, muestra crudamente, sin ambajes, dilemas que resumen las ansiedades de personas que se asoman al cambio de siglo como si estuvieran en un precipicio que apenas han elegido. Ya lo dije en una nota anterior: si hay un escritor que capta parte del "zeitgeist" de estas últimas décadas es el venerable y muy británico Ian McEwan.

viernes, 7 de agosto de 2009

Sadism as an inexplicable lesson of human nature

July has been a month of exploration into sadism, both in recreated fact and pure fiction. What do the Bosnian excursion and the reading of Stieg Larsson's first novel in his trilogy have in common? Both experiences have been descents in the complex laberinths of a sadist's mind and doing. A sadist is a person who simply takes enjoyment in other people's sufferings. Ghastly as it seems, it is an act which is very well documented, and not only in its sexual repercussions (harmless up to a point), but also to the lengths that some people can go to get satisfaction even out of mass assessinations. One of my fellow walkers in the Bosnian forests asked me how a person like Slovadan Milosevic could perpetrate such horrendous deeds as the ones in July 1995. The answer, my friend, far from blowing in any decent wind, is rooted in every bastard's logic who loves playing God over other person's life. If only to understand this, it is worth reading "The Girl with the Dragon Tattoo", which despite its unfortunate title translation (it should have been Men who Hate Women!) is a chilling account of how a sadist's mind works.

sábado, 25 de julio de 2009

Bosnia, one week away and still so near

I have had one week to take my bearings since I came back from the lovely Bosnian forests, fields and valleys. I still have to upload the pictures I took from the Peace March that show the ordeal that my new friends and I embarked on. The reason why I haven't done it so far is this lousy Internet connection I have here at the beach, where I have been resting since my arrival. There were hard moments, especially the day when we visited the museum of horrors in Potacari. The whole experience is sinking in and I realize that the effort has been worth it. As soon as the new political year starts in September I will let everybody in my local organization know about the trip so that the word spreads and more and more people can go next year. Congratulations, Edin, Jasmin and other members of PSD in Gracanica for making this experience happen.

viernes, 17 de julio de 2009

Homage to Srebrenica

I walked in the Valley of Death
among the living and the praying
and as I sighed and cried
I heard wanderers wonder why
did it all happen?
It only takes one crazy man
and thousand idiots ready to follow
and still why did it happen?
Men are sadists
and like to play Jesus,
feel absolute control
over other human lives
but still why did it happen?
There are lessons we never learn
of human holocausts
from the dawn of time
and yet will it ever happen again
when it only takes one crazy mind
and thousand of ignorant obedient hands to strike?
Let it not happen again,
Let us not walk in any more Valleys of Death.

martes, 23 de junio de 2009

Götterdämmerung: El fin de la Tetralogía

Hace dos años, Miguel y yo comenzamos la andadura del ciclo nibelúngico con El Oro del Rhin. Unas semanas después, la codicia de Alberich aún sonando, vino La Valquiria con su cabalgata. Tuvimos que ver cómo la dirección del Palau se sacaba de la manga el absurdo as del Festival del Mediterráneo con el fin de recaudar más dinero fuera de abono al año siguiente, eso sí, programando sólo Sigfried. Este año, también en el Festival del Mediterráneo hemos asistido a una memorable representación de El Ocaso de los Dioses, o Gotterdammerung, como me gusta rememorarla en un alemán de dudosas diéresis que no sé dónde poner. Sin duda alguna, y en contra de algunas opiniones que había escuchado, es la más espectacular de cuantas óperas forman la épica tetralogía wagneriana. Las más de cinco horas que dura la representación suelen ser óbice para que muchos amantes a la ópera (más bien al bel canto) se acerquen a disfrutar de la mejor música sinfónica del siglo XIX. Bien es cierto que Wagner no se preocupaba (especialmente en esta tetralogía) por componer arias de lucimiento, pero la fuerza que tiene la orquesta (el paso del prólogo al acto primero, o la muerte y funeral del héroe Sigfried), el dúo entre Brunilda y Sigfried en el primer acto, o el coro respondiendo a la llamada de guerra de Hagen en el segundo son suficiente motivo para el deleite. Esta irrepetible producción de El Anillo ha tenido como protagonistas estelares a La Fura dels Baus, quienes han reinventado la escenografía wageneriana con su nueva tecnología visual, a pesar de lo chocante que ha sido en ocasiones, como la puesta en escena de los Guibichungos en un alarde futurista que no se sabía si era Friz Lang o un cómic manga japonés.
La única nota decepcionante (nada puede ser perfecto) fue la destrucción del Valhalla, que en esta producción se reduce a algo meramente conceptual acompañado de una explicación grabada en fuego. En otros montajes era lo más espectacular de las más de quince horas de Anillo.

sábado, 20 de junio de 2009

Berlín: evocaciones fílmico-literarias casi un año después

Belén, hace un tiempo, me recomendó que leyera a Philip Kerr, escritor irlandés de novela negra. En concreto, me recalcó una trilogía, formato siempre tan de moda, titulada Berlín Noir. El otro día, de camino a Toledo para asistir a una reunión, comencé a leerme en el autobús la primera entrega, March Violets, la cual hace referencia a las adhesiones al nuevo régimen nacionalsocialista que se extendieron como brotes inesperados de violetas tras las infaustas elecciones de marzo de 1933. Berlín, en esa novela, le sirve de laberinto socio-emocional a las contradicciones del detective privado, otrora agente de policía, Bernie Gunther. Precisamente el laberinto urbano y sus nombres largos pero fácilmente descifrables me han traído a la memoria escenas de este verano pasado.




El que no escriba una entrado sobre un viaje concreto no quiere decir que ese viaje no haya dejado mella en mí. La única forma de que un blog como este fluya es no constriñendo las ganas de escribir a una supuesta responsabilidad. Sólo así se consigue la libertad necesaria para hacerlo cuando a uno le sale realmente de las pelotas. Y en ocasiones un viaje, como es este caso, va ligado a una lectura. Bien es cierto que el Berlín de los años 30 cambió mucho a medida que la década se fue haciendo más siniestra, y no ya para los berlineses de un lado y otro del muro de las lamentaciones, sino para el resto de la humanidad que se limaba las uñas. Si eso fue así en apenas una década, intentar sondear la misma ciudad casi más de setenta años después, con lo que eso supone para una ciudad que ha visto ocupaciones y particiones a cuatro, muros erguidos, muros destruidos y conservados, arquitectos de vanguardia y adolescentes eternos de medio mundo buscando un nuevo sentido a sus borracheras, se convierte en una empresa complicada. Pero no imposible. Hay dos referencias a sendas plazas que me transportan de nuevo en ese vuelo de Air Berlin a la ciudad más reinventada del último siglo: Alexanderplatz y Postdamerplatz. La primera de ellas, donde Bernie Gunther tiene su oficina huérfana de secretaria, ya en los años inmediatamente posteriores al incendio del Reichstad tenía conciencia de su orientalidad, como si adivinase soviéticas invasiones que se antojaban inevitables. No debe de haber cambiado mucho, por cuanto los tranvías nunca han dejado de estar ahí ni los edificios altos aunque unos hayan sido sustituidos por otros. Postdamerplatz en su día quedó circunscrita a la parte occidental. La primera impresión que tuve de ella fue la de un descampado infame y degradado por la desidia urbana que corroyó a muchas ciudades en los años 70. Fue en la película de Wim Wenders El Cielo sobre Berlín, que Miguel y yo vimos días antes de nuestro viaje con el resto de amigos. Hoy en día es uno de los puntos con mejor conjugación rectilínea del mundo contemporáneo, y una muestra de que las ciudades no dependen tanto de las circunstancias adversas para sobrevivir, sino del carácter por sobresalir de algunos de sus habitantes, que son los que al final imprimen eso tan difícil de definir como es la fuerza colectiva.

Para ilustrar el sentir general de una ciudad y su perdurabilidad a pesar de los devaneos históricos me quedo con un pequeño fragmento de March Violets:


“Berlin. I used to love this old city. But that was before it had caught sight of its own reflection and taken to wearing corsets laced so tight that it could hardly breathe. I loved the easy, carefree philosophies, the cheap jazz, the vulgar cabarets and all of the other cultural excesses that characterized the Weimar years and made Berlin seem like one of the most exciting cities in the world.”


Philip Kerr escribe desde la atalaya del presente. Sabe, como sabemos los que hemos estado sondeando la geografía urbana de la metrópolis germana, que esos excesos culturales, sean en la isla de los museos, en la mezcolanza de culturas de una discoteca situada en el ático de un nuevo rascacielos o en una jornada dedicada al paseo en bicicleta (perfecto para descubrir esta ciudad), están de vuelta, y que la república de Weimar, por muy breve e intensa que fuera en los años del Cabaret que tan bien retrara Bob Foss, están allí para quedarse y hacer, efectivamente, de Berlín una de las ciudades más emocionantes que uno puede pisar y recordar después.

lunes, 15 de junio de 2009

Conan Doyle, América y los fundamentalismos

La figura literaria más trascendente del escritor escocés Arthur Conan Doyle, el inspector Sherlock Holmes, a veces ensombrece la sorprendente talla narrativa de su creador. Sherlock Holmes se ha prestado tantas veces a versiones de dudosa calidad cinematográfica (algo parecido le ocurrió al monstruo de Viktor Frankestein), y a tanta referenciología popular que su origen literario queda aparcado en las injustas cunetas de la literatura de serie B. Nada más lejos de ser así, sobre todo si tenemos en cuenta las narraciones largas en las que el detective privado de Baker Street es protagonista. Arthur Conan Doyle era más narrador de distancias largas (no en vano, era victoriano, aunque de la etapa tardía), y es precisamente en sus novelas donde se percibe su maestría. Una de los aspectos que sorprenden cuando uno se acerca a estas historias de pasmosa deducción lógica, referentes indiscutibles para cualquier narrador de novela negra que se preste, es su predilección por trascender el género lógico-deductivo. De hecho, novelas como "Un Estudio en Escarlata" o "El Valle del Miedo" están estructuradas de manera muy similar: ambas están dividas en dos partes. En la primera, se investiga y resuelve el crimen en cuestión, acaecido en el sur de Inglaterra. En la segunda, se sondea el origen de los motivos de dicho crimen, para lo cual en ambos casos tenemos que retrotraernos un par de décadas y cruzar el Atlántico hasta el nuevo continente. A mi juicio, son estas partes las que hacen que estas dos novelas sean de auténtico interés. En ellas, Conan Doyle se adentra en los mundos oscuros de sociedades que, en principio, fueron creadas para la mejora de las condiciones de vida de sus socios pero que, en cuestión de poco tiempo, derivaron en tiranía y fundamentalismo. "Un Estudio en Escarlata" versa sobre el éxodo de los primeros mormones hacia las tierras inhóspitas de las praderas septentrionales, hasta su asentamiento en Salt Lake City, en medio de las inexpugnables Rocosas. "El Valle del Miedo", por su parte, trata cómo una Logia Secreta se convierte en una verdadera estructura mafiosa en uno de los valles mineros de Pennsylvania.
La predilección de Conna Doyle por temas de intolerancia gremial no se circunscribe a estas dos narraciones, sino que también está presente en una de sus historias cortas más sobresalientes: "Las Cinco Pepitas de Naranja", acerca de los desmanes del primer Ku Klux Klan tras la Guerra de Secesión.

domingo, 14 de junio de 2009

Vía Verde del Xixarra 2






Como algunos de vosotros sabréis, las vías verdes comenzaron a funcionar unas décadas después de que RENFE comenzara a desmantelar, a nivel local y regional, la red pública de transporte ferroviario. Es el impacto colateral más digno que ha tenido una de las peores gestiones del ferrocarril de cortas y medias distancias en toda Europa. El cierre de líneas que perfectamente hoy en día podrían ser rentables ha tenido como única buena consecuencia que, a día de hoy, podamos recorrerlas en bicicleta o a pie y disfrutar, a veces, de parajes naturales de sorprendente belleza.




La recuperación del recorrido Las Virtudes-Biar, o tramo del Xixarra 2, no nos arrebata en cuanto a la belleza natural. El paisaje en ocasiones es incluso desolador, como cuando sales de Villena por ese pedregal en pendiente ascendente. Sin embargo, posee suficientes alicientes para hacerlo aunque sea una vez. Tiene 15 kilómetros en total, y es perfecto si no se tiene demasiada experiencia en esto de recorrer las carcasas del difunto tendido férreo. Apenas hay pendientes, la distancia no es excesiva, y el entorno es variado. Desde el santuario de las Virtudes hasta Villena hay unos siete kilómetros en los que se cruzan casas de labor con sus pequeños huertos. Enseguida se está en las inmediaciones de Villena, la cual hay que cruzar procurando siempre ir cerca de la actual línea férrea Madrid-Alicante. Al salir del pueblo, hay que tomar la carretera de Biar, CV799 durante poco menos de un kilómetro. Cuando se ha cruzado por abajo la autovía, se debe torcer a la izquierda y enseguida se retoma la vía verde. Este es el peor tramo. Durante casi tres kilómetros de pedregalosa pendiente a través de un secarral te preguntas cómo Ruy Diaz de Vivar tuvo cojones para aventurarse por este camino. No en vano, esto forma parte de la llamada ruta del Cid. Sin embargo, cuando el camino recupera un mínimo de asfalto, el entorno mejora también y es cuando estás cerca de probablemente la mejor panorámica de todas: la que te regala el puente restaurado sin nombre sobre el seco Vinalopó, que a ese paso en su día, formó un pequeño cañón que merece la pena contemplar. A partir de ahí, ya en el término municipal de Biar, la vía mejora, y se adentra por un bosque mediterráneo que en ocasiones llega a tener pinos altos. Al final, terminas en el pequeño polígono de Biar, desde donde debes emprender una dura subido si quieres deleitarte con este sorprendente pueblo que tiene un casco antiguo excelentemente conservado.


Llegué al pueblo sobre las nueve y media de la mañana. Había madrugado porque las previsiones meteorológicas apuntaba a que ese iba a ser el día más caluroso de los prolegómenos del inevitable verano. La tranquilidad era absoluta. Rendido por la subida, me quité el casco y la mochila en una pequeña sombra en la Plaça de la Constitució y observé cómo gente de avanzada edad subía las cuestas con una agilidad pasmosa. Algunos, al acercarse a mí me decían "bon día". Apenas estuve unos veinte minutos. Otro día subiré al castillo, pensé, después de devorar una de las dos barritas energéticas que me había traído. Bastantes subidas he hecho ya por hoy. El retorno a Las Virtudes se hizo más llevadero, ya que el falso llano era ahora cuesta abajo.
En total, tardé unas tres horas y diez minutos en hacer el recorrido y volver, todo ello contando las paradas fisiológicas y voluntarias para hacer fotografías.

viernes, 12 de junio de 2009

Ningún tren es el último


Si fuera fotógrafo, una de mis primeras exposiciones iría en torno al tema del tren. Cuando iba a la guardería, solía pasar un tren que, pocos meses después, desaparecería para siempre. Hoy en día esa línea se ha convertido en una de las muchas vías verdes que hay en nuestro país y que pretenden aprovechar el antiguo tendido ferroviario que RENFE un mal día decidió abandonar. Esa imagen, no ya del tren pasando, sino de nosotros saludando desde la verja se ha convertido en una de las recurrencias más frecuentes en mi retina cuando recuerdo esos primeros años.
La primera vez, en realidad, que monté en tren fue para ir (qué casualidad) a Águilas, precisamente en un servicio especial que sacó el por aquel entonces Ministerio de Educación para promover el uso de un transporte que estaba siendo desmantelado entre los escolares.



En Inglaterra, locomotora de la modernidad industrial y cuna del transporte a raíles, me di cuenta de las potencialidades románticas de un viaje en tren, bien acompañado de un libro y una buena ventana que te da acceso casi directo a los valles verdes por los que pasas. Hace ya mucho tiempo que no cruzo los páramos de Yorkshire como en esos años locos de casi primera juventud. Tendré que ir pensando en hacer una pequeña excursión para revivirlos y actualizarlos.



Sin embargo, lo que me dejó para siempre enamorado de este medio de transporte fue el hecho de que los amantes que, a mis veinte años, me echaba vivían siempre en algún lugar de la escasa red de cercanías de la regíon de Murcia. Así, hubo más de tres años en los que cogía el tren incesantemente para ir a Elche, Totana y Alhama. El surcar la huerta en un casi desvencijado vagón, más propio de la posguerra mundial, para llegar a los brazos de un amante sirvió de revulsivo para que el tren estuviera siempre en un lugar privilegiado de mi escaparate erótico.
Últimamente, me ha dado por sacar fotos de trenes, estén estos en Chicago, Madrid, Missouri o Almansa. Supongo que esa reflexión (podría ser incluso regresión) sobre el tren es mucho que una reflexión sobre la vida pasada, e intenta incluir aquellos trayectos cuyas estaciones aún no conocemos.

viernes, 5 de junio de 2009

Rutas ciclistas por la zona de Almansa




Desde que me compré la bicicleta en enero tengo una relación diametralmente distinta con mi entorno, lo que no deja de ser curioso, ya que mi actitud ante el ecologismo y mi curiosidad por conocer el medioambiente son las mismas que antes. Es posible que anteriormente ya hubiera, dentro de mí, un ansia por experimentar, que es ir más allá del simple conocimiento, aunque no deja de ser cierto que dicho ansia estuviera engrilletada a lo anestesiante del día a día.
A medida que mi curiosidad se ha ido viendo satisfecha con la experiencia he descubierto rutas bastante interesantes en las inmediaciones de este pueblo fronterizo por tradición. Entre el Mugrón, hacia el norte, y la sierra de Almansa, hacia el sur, hay múltiples posibilidades para el cicloviajero. Una ruta interesante hacia el Mugrón es la que te lleva hasta el villorrio de San Benito, ya en la provincia de Valencia, a las mismas faldas del Mugrón. Desde allí, puedes seguir hacia el norte, dirección Ayora, por pistas semiforestales. La tranquilidad es abusoluta. Esta opción, sin embargo, tiene varias pegas: hay que pedalear demasiado entre patatales que no tienen el mínimo interés antes de llegar a San Benito, que es realmente a partir de donde la ruta cobra emoción, ya que es ahí donde te adentras en el bosque bajo que rodea el aparentemente inexpugnable Mugrón.
Una mejor elección para pedalear es la que consiste en seguir el camino de tierra paralelo a la entrada sur de Almansa, desviarse hacia las vías del tren, remontar el puente y seguir pedaleando en un falso llano ascendente hacia una casa abandonada. A partir de ahí, te adentras literalmente en un bosque de pinos y carrascas sobre una pista forestal que a veces solamente se intuye. Debes tener mucho cuidado, ya que es fácil caerse, y algunas bajadas son muy empinadas, con lo que el freno lo tienes que tener echado de forma continua. Al final de esa pista vas a parar al camino que lleva al Molino Alto, y desde allí el regreso a Almansa se puede hacer flanqueando La Mearrera. Es recomendable hacerlo por la tarde, ya que a la ida la luz no molesta, y a la vuelta adorna la perspectiva urbana con el castillo de fondo.
En fin, todo es cuestión de seguir pedaleando y descubriendo nuevos detalles en el mismo horizonte de siempre.

jueves, 4 de junio de 2009

Recuerdos alicantinos en Dársena

Este domingo pasado, Miguel, Antonio y yo fuimos a Alicante al teatro, donde nos vimos también con Juanfran y su nueva compañía. Debido a la hora tan europea de la función (seis de la tarde), decidimos irnos a la capital costera a comer, y así, de paso, rememorar viejos tiempos en el Dársena, un pijo restaurante de la zona del puerto. Ir a Dársena, aparte de darte un homenaje con uno de los mejores arroces que puedes comer en Alicante, es además para nosotros, acordarnos de esas oposiciones que Miguel hizo allá en el 2001, y que fueron las primeras que aprobó. Fue entonces cuando Miguel me lo dio a descubrir, en esa inolvidable comida con Antonio (su ex-Antonio), una compañera de éste y Rosa de Orihuela. Luego volvimos con mi madre y mi hermano; y creo que hasta hubo una tercera vez Miguel y yo solos.
Esta ocasión, tal y como ocurrió con las que la precedieron, ir al Dársena se convirtió en mucho más que una simple comida: fue toda una ocasión a los buenos momentos pasados en buena compañía. El precio, caro, no nos importó. Es de estos restaurantes en los que no te acuerdas lo que te ha costado el cubierto y, si lo haces, no te importa.

sábado, 30 de mayo de 2009

Saturday, de Ian McEwan

Es difícil darse cuenta cuando nos encontramos ante un clásico contemporáneo, ya que el tiempo aún no les ha pasado su test implacable. Sin embargo, unos pocos convalidan ese test reflejando con pasmosa facilidad las ansiedades globales del nuevo siglo. El último creador de este calado que encontré, hace unos años, fue Paul Auster. Hace unos meses leí On Chesil Beach, que ya me dejó sin respiración. Hace unas semanas terminé Saturday, un fresco en veinticuatro horas sobre uno de los días más significativos de la historia occidental.

lunes, 25 de mayo de 2009

¿Qué fue de Juan Manuel de Prada?

¿Alguien me puede decir dónde está el escritor que me emocionó hace diez años con obras soberbias como "Las Máscaras del Héroe"? Sé que nunca que fue el adalid de la progresía, pero su deriva vertiginosa hacia los sumideros de la derecha es un delito para quien, yo pensé hacia más de una década, podía convertirse en uno de los genios de la literatura española del siglo XXI. Es curioso que el crecimiento del articulista de ideas ultramontanas haya sido a expensas del creador. Un dato: no ha publicado una novela digerible desde la magnífica exégesis que elaboró sobre la vida de Ana María Sagi en "Las Esquinas del Aire" hace ya más de una década. La última joya de este doctor de la demagogia fascistoide es el artículo que ha publicado hoy, 25 de mayo, en ABC sobre Bibiana Aído en el que entre otras perlas la llama reptil o inhumana, eso sí entre una gran verborrea etimológica ahíta de figuras retóricas que no aciertan a disfrazar lo repugnante de su mensaje antiabortista.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Trajes a su medida

Hay algo que me abochorna mucho más que a Francisco Camps le hagan trajes a la medida de su nula convicción democrática, mucho más que el susodicho se mamonee con esa altivez de rayos uva de las instituciones que lo están juzgando, y es el esperpento que dan los tifossi peperos a la entrada del juzgado, como si fuera a saltar a jugar la final de la Champion la Unión Deportiva Gürtel contra los indeables progres.
Lo malo de todo esto es la convicción que tengo (que alguien me rescate de este pesimismo, por favor) de que lo que está ocurriendo no le va a restar ni un solo voto en unas hipotéticas elecciones regionales. El levante está vendido a los especuladores y a los políticos neoliberales que los secundan. Yo soy de Murcia y he visto cómo una región tradicionalmente de trabajadores ha cerrado filas en torno a unos políticos ultraconservadores que, a base de ladrillo y demandas hídricas imposibles, le han tapado la razón a gran parte de la población. Y eso, mal que nos pese, no lo van a arreglar unos trajes mal pagados.

martes, 19 de mayo de 2009

I wanna be Clint Eastwood -- in Madison County Bridges


Una de las referencias de masculinidad clásica para mí es el personaje que encarna Clint Eastwood en la maravillosa película Los Puentes de Madison, la cual, afortunadamente, está muy lejos de ser el pastelón romántico para menopáusicas que es como la describen sus muchos detractores.
De eso me he dado cuenta hoy, mientras escalaba con mi Rockrider las colinas que circuncidan la zona de la Mearrera, muy cerca del Molino Alto. Necesitaba urgentemente salir de casa, del pueblo, de la rutina diaria y, sobre todo, de los estreses del instituto y de su gentuza. La bici este año está siendo una vía de escape totalmente inesperada, quién lo iba a decir después de tantos años de injusto abandono de los pedales. Mientras iba subiendo por los caminos empedrados me iba encontrando más y más solo. Yo y la naturaleza, que es lo mismo que decir, yo y ninguna interferencia artificial con el reflejo de yo mismo y mi circunstancia. Enseguida, como me ocurre en estos casos, me ha venido a la mente el viaje más importante que he hecho en mi vida, el del año pasado por Estados Unidos. Me ha asaltado el momento en el que, cruzando el norte de Tejas desde Dallas hasta Amarillo, paré el coche en medio de la nada y contemplé un atardecer rojizo como la cal sobre el cañón de Palo Duro, según dicen el segundo más grande del país después del Colorado. Recuerdo que las lágrimas asaltaron mis ojos y no fue de alegría, sino de sorpresa por encontrar dentro de mí algo que sólo es compatible con la más absoluta soledad voluntaria. La soledad del viajero, dirían algunos. Es posible. Enseguida, mientras seguía escalando, he pensado cuándo será el siguiente viaje parecido al del año pasado. Quizá es necesario que transcurra algún tiempo para que termine de digerir todo lo que las entrañas de EEUU me otorgó, que fue bastante.
Lo que está claro es que, cuando cumpla sesenta años y esté ajado físicamente, me gustaría parecerme a ese fotógrafo de la National Geographic, capaz de dejarse sorprender por unos puentes en medio de la nada de Iowa, y de despertar la curiosidad por el mundo indescubierto en una mujer como la Francesca encarnada por la eterna Maryl Streep. Claro, que en mi caso preferiría alguien más parecido a George Clooney.

jueves, 14 de mayo de 2009

Saturday, de Ian McEwan

Es difícil darse cuenta cuando nos encontramos ante un clásico contemporáneo, ya que el tiempo aún no les ha pasado su test implacable. Sin embargo, unos pocos convalidan ese test reflejando con pasmosa facilidad las ansiedades globales del nuevo siglo. El último creador de este calado que encontré, hace unos años, fue Paul Auster. Hace unos meses leí On Chesil Beach, que ya me dejó sin respiración. Hace unas semanas terminé Saturday, un fresco en veinticuatro horas sobre uno de los días más significativos de la historia occidental. Utilizando referencias clásicas en cuanto al encuadre temporal (Joyce hizo el mismo homenaje a la duración de un día un siglo antes), Ian McEwan forma todo un zeitgeist, o lo que es lo mismo, un retrato del alma del siglo XXI.

domingo, 1 de marzo de 2009

Laydown, Valencia: contorsionismo entre humo y cojines.

No hace falta una crisis económica como la acutal para que los sitios de restauración se afanen por ser originales. Es el caso de Laydown, situado en el nuevo centro de Fuencarral de Valencia, el cual según nos contó nuestra camarera, cogió la idea de dar de comer entre camas y cojines de un restaurante de Amsterdam. Hace un par de semanas, cuando Miguel y yo fuimos a ver en Cine Cité la peli sobre Harvey Milk, nos sorprendió que el centro comercial estuviese ya en funcionamiento (así como la poca gente que había entre semana en plena cuesta de enero), y los sitios con pretendida modernidad que habían abierto allí desafiando a la rampante crisis planetaria.

Ayer, sin embargo, la afluencia era mayor. Habíamos reservado mesa para ir a cenar tras ver la maravillosa interpretación de Kete Winslet (que le den el Oscar ya) en The Reader. Para nuestra sorpresa, la cena era temática, de San Valentín por supuesto, pero a nosotros nos dio igual a pesar de nuestra reticencia a reconocer festividad alguna. Queríamos probar el sitio de los cojines y allá que fuimos, a comer entre cojines. Pensé que ese local, por aquello de la erótica de los pies desnudos, le habría encantado a Antonio. Más adelante, me di cuenta que a quien no le estaba gustando demasiado era a mí mismo. Al cuarto de hora de estar tumbado en el colchón de espuma sin somier donde me debía comer mi cena especial de S Valentín me dolía toda la espalda y parte de la zona más meridional a la misma. Lo mío nunca han sido las contorsiones, y menos para sentarme sobre zonas distintas a la silliformes. Sólo por eso, no creo que vaya a volver a Laydown. Si tuviera que recomendarlo a quien tenga más flexibilidad que yo en la espalda, y no le importe ponerlo a prueba durante más de dos horas, que es el tiempo que necesitan los pesados de los escasos camareros para traerte el menú a la cama, les diría que adelante, que la comida es exquisita, que el trato de la chica que nos sentó, una especie de Grace Jones tatuada por Chirico, fue excelente, que vayan si lo que quieren es comer en un sitio distinto; eso sí con cincuenta decibelios más de la cuenta. No sé si yo si en vez de haber ido con Miguel y haber ido con más gente habría sido posible una comunicación sin necesidad de gritar. También le advertiría que, a pesar de la cosmopolitaneidad del local, tiene algo arraigadamente español: se puede fumar sin excepción en sus más de cien metros cuadrados, con lo que la exquisitez de la comida queda empañada por la topera que, al finalizar el festín, impregna toda tu ropa. También le diría que, si tiene suerte, y se encuentra con una noche temática como la que nos encontramos Miguel y yo, a lo mejor disfruta de música en directo. A nosotros nos sorprendió un dúo en clave de blues que nos regaló clásicos fácilmente reconocibles. La voz de la chica, excelente, y el acompañamiento del travesti al columpio, toda una nota de color.

domingo, 15 de febrero de 2009

Maribel, fideuá en La Albufera a buen precio.

Dónde: El Palmar, Valencia.

La primera vez que fuimos a comer a La Albufera fue en abril del año pasado. Por aquel entonces fuimos Miguel, Antonio y yo. Estaba atravesando malos momentos con la dichosa depresión postdireccional, y me encontraba en situación de baja. Una mañana, decidí que para completar el prozac podría ser buena idea ir a La Albufera a comer una paella. La idea de ir a esta laguna nos había rondado la mente a Miguel y a mí desde que descubrimos que uno de nuestros clásicos valencianos, La Casa Negra, lugar descubierto por el casi olvidado Domingo La Pujanta hace ya una década, había sido derruido para dar lugar al tan mal entendido progreso. Vamos que los dueños lo habían vendido al mejor postor para que construyera chalets a raso de playa.
Nuestro estreno albuferil estuvo bien, aunque un poco caro para la siempre importante relación con la calidad que debe haber en un restaurante. Comimos paella de mariscos y creo que tocamos a casi 25€ en un sitio que rezumaba normalidad por todos los costados. Esa es la razón por la que no recordamos cómo se llama el sitio en cuestión. Lo que sí recuerdo es que lo encontramos por Internet e hice la correspondiente reserva, temeroso de que nos presentáramos allí un viernes y tuviéramos que improvisar, con lo que odio yo tener que hacer eso cuando voy con el estómogo rumiante. Cuando llegamos a El Palmar, lo primero que nos sorprendió fue ver la cantidad de restaurantes arroceros que había, razón por la que no hemos vuelto a reservar nunca más.
La siguiente vez que fuimos fue cuando descubrimos el restaurante Mariola, situado en el canal o acequia o como llamen los valencianos de la zona esa estrechez de agua que jalona su pequeña villa a orillas de la Albufera. Fue el día que fuimos a recoger a Margaret a Valencia, con lo que queríamos que el lugar para tomar una paellita o fideuá fuera lo más auténtico posible. Nos quedamos allí porque tenía sillas fuera. Eran comienzos de septiembre y el ambiente de terraza era óptimo junto al canal, mejor que el aire condicionado.
La semana pasada fuimos con Juan Antonio y el buzo. Al principio no recordábamos el nombre, pero la intuición, muy mejorada últimamente a fuerza de resisitirnos a la lógica del GPS, nos llevó al mismo lugar que tanto nos había gustado con Margaret. Efectivamente, la relación calidad-precio era excelente: 22€ para un menú libre con vinos, postres y chupitos; la fideuá al centro, en su punto; lo único mejorable, los postres, pero hay que decir que llegamos a las 3.15 y bastante que hubiera postres suficientes para nosotros, tardones, con lo poco que eso me gusta a mí.
Algo que no se me puede pasar por alto: no se puede fumar en ningún sitio del local, y además, no les duele prendas el recordártelo. Viva por ellos: un 10.

domingo, 1 de febrero de 2009

¿Nos merecemos esta crisis?

Los expertos dicen que es la más gorda desde 1945. Desde el principio no dudaron en compararla con la mayor, la del 29, la que indirectamente desencadenó la II Guerra Mundial. Algo de alcance tan planetario es difícilmente imputable al ciudadano de a pie, el que ha perdido su puesto de trabajo o no sabe si lo va a perder en los próximos meses debido a la enésima ERE que las grandes empresas multinacionales llevan efectuando desde que no les salen las cuentas, al menos como sus consejos de dirección querrían. Una crisis económica se empieza a entender con cifras, sobre todo las de índole negativo: más paro, más inflación (o lo que dicen que es aún peor: deflación), menos crecimiento, intereses más altos…
La pregunta que yo, como ciudadano de a pie, me hago es si la crisis no nos la hemos buscado, cada uno de nosotros, ciudadanos de a pie. Es difícil llegar a una conclusión, especialmente si no eres economista (tal es mi caso), pero es muy recomendable abrir el debate.
Está claro que en una situación de conflicto tiene más responsabilidad quien más cuota de poder ejerce. No podemos culpar de la misma manera a los cientos de miles de trabajadores por cuenta ajena que a los grandes empresarios que, desde el pozo de los años noventa, han hecho posible que la economía creciera y se multiplicaran los puestos de trabajo en España. Los grandes empresarios fueron los que sacaron a nuestro país de una crisis indiscutible hace más de una década, una crisis caracterizada sobre todo por un paro galopante. En 1994 había zonas de España donde más de un cuarto de la población activa se pasaba los lunes y el resto de días al sol. Precisamente estos empresarios deberían haber construido un tejido socioeconómico que se hiciera más resistente a los vaivenes inevitables del carrusel capitalista, en el que el trabajador estuviera fortalecido con un poder de compra más que suficiente para encarar las épocas de vacas flacas. Pero nada de eso se produjo. Mientras el crecimiento en grandes cifras en nuestro país era la envidia del resto de la Europa unida, el trabajador seguía trabajando para las mismas míseras pesetas devaluadas en euros que dos décadas atrás. El paro se reducía, y la capacidad de compra del trabajador medio sólo se mantenía a base de empeñarse hasta las cejas. No en vano, decían los agoreros que éramos el país más endeudado de la zona euro, y eso cuando en teoría las cosas iban bien.
Añadamos a todo esto la fiebre de la construcción en el espectacular crecimiento español. Desde los albores de este nuevo siglo tan traicionero, a nadie se le pasaba por alto que fulanito de tal o menganito de cual se había forrado construyendo por aquí y por allá. Y que el cuñado o primo o amigo de fulanitos y menganitos estaba en nosecuantas obras a la vez. En 2004 el Consejo Económico Europeo advirtió la excesiva dependencia del PIB español en las frágiles aristas del ladrillo; concretamente afirmó que un 34% del mismo dependía directamente o indirectamente del vals de grúas que danzaban por la geografía española, sobre todo por la costa. Nadie con un mínimo de responsabilidad tomó nota. Ni Solbes, relevo cutre del dejar hacer neoliberal, ni las administraciones locales o regionales, lícita o ilícitamente implicadas en las ganancias a corto plazo del cemento, ni los propios empresarios metidos a constructores, empeñados en tirar de la cuerda hasta el límite. Y claro, la cuerda se rompió, muchos dicen que en EEUU con las archinombradas e infraexplicadas hipotecas basura, otros que con la crisis mundial del petróleo (qué crisis, es todo especulación, miren los más de 100 dólares que ha bajado desde agosto), otros que con los especuladores desalmados de Wall Street y nosecuantos parquets mundiales más.
El resultado es el que conocemos. ¿Hay que echarle la culpa a los empresarios, constructores, agentes de bolsa y políticos condescendientes con este neoliberalismo de halcones y palomas? Gran parte tienen, desde luego. ¿Pero qué pasa con los ciudadanos de a pie? ¿No somos mayoría? ¿No se supone que vivimos en una democracia liberal donde lo que ocurre es el resultado de una acción conjunta? Ser capaces de ser ciudadanos de a pie y tener respuestas a estas preguntas es una señal positiva de que la democracia, aunque sea regular, funciona. Fruncir el ceño, arquear los hombros, no tener idea de lo que se está preguntando o simplemente decir que eso son cosas de políticos es sinónimo de que no hemos avanzado nada desde la Ilustración. Una de las cosas que más me llaman la atención de esa filosofía de reciclaje democrático masivo que son los libros de Michael Moore es la frase que dice que la democracia la hacemos todos, que no es un sistema donde el ciudadano relega poder a sus representantes, sino que es un sistema donde el ciudadano se siente poderoso todos los días, con poder para, aunque sea de manera mínima saber cambiar las cosas. Ese poder se logra a través de cartas a periódicos (muy viejo, ya lo sé), creación de redes sociales y blogs (muy innovador), pero también hablando con tus vecinos, involucrándote con todas las asociaciones que están en tu barrio y localidad que sean de tu interés. Y si eres trabajador, con las únicas asociaciones que, mal que bien, velan todavía por tus intereses: los sindicatos. Es espeluznante observar cómo España es el país donde menos afiliados sindicales hay, que es lo mismo que decir que es el país donde los trabajadores están más desprotegidos de sus supuestos derechos.
Dice Zapatero que nos esperan tiempos difíciles. Creo que es una de las peores responsabilidades de un presidente advertir a sus ciudadanos de una realidad como esta, pero siempre es preferible a una mentira de Disneylandia que es lo que harían los relevistas del neoliberalismo, Esperanza Aguirre a la cabeza. Además de eso, debería llamar a cada uno de nosotros a la responsabilidad, y eso consiste en hacer que cada uno se preguntase qué es lo que ha hecho o dejado de hacer para que los mismos avaros de siempre hayan vaciado la saca. Una responsabilidad conjunta de acción democrática es el único telón de fondo que pueda garantizar una salida fortalecida de la crisis.

El truco del manco, de Santiago A. Zannou

Es una vida puta vivir en un arrabal de un barrio marginal del extrarradio de Barcelona, a apenas unos kilómetros del burgués Passeig de Gràcia sin tener nada a lo que aspirar y sin otro horizonte que el da el salto de mata, a veces un verdadero salto mortal sin protección. Así vemos a Quique, probablemente Kike, alias cuajo, de renacuajo. La historia de su mote es lo más entrañable de un personaje que, para más inri, es paralítico cerebral. De admirable tiene mucho, precisamente lo que no se ve y sólo se intuye: su lucha por sacar cabeza en un ambiente ya de por sí chungo, con una familia tan bienintencionada como oligofrénica, de extracción gitana, pero de estos gitanos semi-empallizaos, metidos en una colmena de pisos mientras sus primos, a los que les va mucho mejor, aún siguen a su aire en casas de una planta apenas unas calles más abajo.
Cuajo tiene un horizonte y una aspiración: grabar un disco de música hip-hop en un estudio propio. La forma de conseguirlo es ajustándose a la ley del arrabal: salto de mata, chanchullos y, en el peor de los casos, movidas. Movidas son movimientos peligrosos para conseguir dinero, en este caso administrar heroína en las casas bajas. Lo mejor de la película es una asombrosa interpretación de sus dos actores principales, junto con una dirección novel muy notable que da como resultado un verismo barriobajero que no veíamos en nuestro cine desde Barrio. Lo peor quizá sea la previsibilidad del desenlace, compensada con creces por la última escena en la que Kike baja las escaleras hacia el autobús a cuestas de su amigo el negro. Arrimar el hombro el uno con el otro es todo lo que queda cuando todo lo demás se ha reducido a cenizas.

Italo, la Trattoría del Quincho. Restaurante, Murcia

Afortunadamente, los buenos fuegos rearden desde sus cenizas. Y eso es lo que le ha ocurrido a uno de los mejores restaurantes argentinos en la región de Murcia, el Quincho, que tras el desafortunado incendio de hace unos meses se ha reconvertido en un curioso experimento Italo-argentino en la plaza Condestable, junto al ya legendario restaurante mejicano La Frontera (cuántas cenas allí con Pedro, Ana y Gabriel, mejor dejo eso para otra entrada en este espacio bloggero). Si El Quincho ofrecía la mejor ternera en esta parte del Levante, y a un precio más que asequible, lo mismo se puede decir de Ítalo, que junto con sus atrayentes pizzas y pastas sigue ofreciendo lo mejor de su ardido antecesor junto a la Catedral. La ternera, saborsísima y justo al punto al que la dejabas encargada. Es la primera vez que cuando digo al punto tirando a poco hecha saben lo que quiero decir, y no sólo eso, sino que le pusieron nombre: al punto menos uno. Lo repetiré a partir de ahora. Habíamos quedado Miguel y yo con Antonio sin Antonio. Siempre que quedábamos últimamente era en orientales, algunos para salir del paso y otros, como el caso del japonés del Arco de San Juan, para darnos un homenaje de buen Sushi y excelente sake. Esta vez se nos ha ocurrido cambiar y ha sido para mejor sorpresa nuestra. La noche antes habíamos quedado Miguel y yo con Antonio, alias la Tigresa, en La Taberna de la Ramona y salimos a mucho más dinero, y eso que sólo fuimos a tapear.
Me apetece, ya que estoy aquí, rememorar los mejores momentos que pasé en el Quincho antes de que ardiera, y eso que la primera impresión no fue precisamente memorable. Fue aquella cena infame en la que la Paca y la Gata me pusieron a parir por defender la República frente a la absurda monarquía que nos representa. Menos mal que la carne y los embutidos eran para recordar y hacer olvidar la mala compañía. Varias veces hemos ido Miguel y yo con los Antonios, y varias veces nos hemos puesto las botas con las crujientes ensaladas y la carne jugosa al puntísimo. También me acuerdo de hace un año, cuando fui con Antonio alias la Tigresa (por aquel entonces era simplemente Antoñito, lo de la Tigresa vendría después), cuando fue a visitar Murcia por primera vez y lo llevé a degustar esos bifes que resultan más sabrosos que los mismos solomillos.

SIN HUMO, Y UN PIMIENTO

Que estoy hasta los huevos de que se fume en sitios públicos, sobre todo restaurantes y bares de de copas, es algo que todos mis amigos conocen. Hasta tal punto es mi hartazgo que me estoy proponiendo entrar en contacto con alguna asociación cuyo objetivo sea, entre otros, conseguir una atmósfera más saludable para los no fumadores y perseguir una legislación tajante que haga eso posible. Hablando de legislaciones: hace un par de años el gobierno socialista aprobó la peor ley en su pasada legislatura: la mal llamada ley anti-tabaco, que obligaba a los bares y restaurantes de más de cien metros cuadrados a habilitar un espacio para, cuidado, fumadores, no para no fumadores. A día de hoy no acierto a acordarme de ningún pub o discoteca donde esto se cumpla. En cuanto a restaurantes, aquí va la lista de acercamientos por los cojones de la citada normativa:

Cristal y Barro, Almansa. La excusa que ponen los dueños es que, como la ley no está clara, han decidido directamente no habilitar zonas para nadie. En sus dos pisos enormes de restaurante no encuentras ni un resquicio donde puedas comerte el bacalao ajo arriero sin el regalo de varias bocanadas de humo de las mesas colindantes. Por supuesto, si pones cara de que eso te molesta, te regalan miradas asesinas de fumo-porque-quiero-y-te-jodes sin ningún tipo de descuento.

El Pincelín, Almansa. Vaya por delante que es uno de los mejores restaurantes a los que he ido. Razón de más para que me dé rabia que esta mini ley se incumpla allí, y no porque no te puedas comer unos deliciosos gazpachos marineros (los mejores del mundo) sin sabor a nicotina, sino porque lo tienes que hacer en un lugar reducido a la entrada del restaurante. Los dueños han pensado que para una mini ley no mejor es un mini espacio. Y si ese espacio está cogido, te tienes que joder y tragar humo con tus almejas de carril bañadas con el mejor Albariño disponible. Es decir, en Pincelín han entendido la ley al revés. El espacio que han habilitado (si se puede llamar espacio a esa ridícula mesa de cuatro) es para no fumadores.

El Quijote, Almansa. Este bar de trabajadores proletarios es uno de los mejores bares de menús de la localidad. Es enorme, razón por la que lo han dividido en dos zonas proporcionales para fumadores y no fumadores. Primer incumplimiento, ya que la ley obliga a que la zona para fumadores sea más pequeña que para la de no fumadores, que para eso somos, aunque parezca mentira, abrumadora mayoría. Pero el incumplimiento radica en que una vez que estás en tu zona de no fumadores, creyendo, tonto de ti, que estás libre del benzeno flotante como postre, te encuentras benzeno y todos los demás componentes danzando a tu alrededor acompañando el postre, y de paso, el resto de platos. No funciona recordarles a los camareros lo obvio. Te miran como si ellos no pudieran hacer nada, como si les estuvieras pidiendo abordar el Acorazado Potemkin.

El Pimiento, Águilas. Un esperanzador cartel de prohibido fumar te da la bienvenida. Supongo que la razón por la que un sitio tan casporro decidiera convertirse a la sana costumbre del no humo fuera porque aparece en muchas guías turísticas para guiris como typical Spanish, con sus sabrosos menús de serranitos, montaditos y pichos de la más sabrosa morería. Es un sitio que siempre me ha gustado y al que no íbamos desde mucho antes de esta birria de ley. Por eso saludé con un alivio, después de haber estado rodeado con los efluvios nicotinos del Casino, que decidiéramos tomarnos un tentempié allí, libres del gas asqueroso. Todo anduvo normal hasta que, al final de la cena, unas petardas, amigas de Isa Martos, se acercaron a nosotros y, con voz de monicacas nos preguntaron (más bien avisaron) si nos molestaba que fumaran. Me quedé mudo pensando cómo les iba a decir a unas pavas que no conocía que a mi sí me molestaba. Me limité a mirarlas como si les deseara un fusilamiento al amanecer, pero sus ansias por el carbón gaseoso eran más fuertes que cualquier capacidad para la captación de la sorna. Resultado: me cabreé como si tuviera almorranas, o sea, en silencio, y cuando no aguanté más, sobre todo, cuando vi que los camareros, como suele ser corriente, pasaban del tema, cogí mi chaqueta y fui yo el que se fue a la calle. Cuando terminaron la ingesta directa o indirecta de venenos en gas y salieron a la calle, Juan Antonio me preguntó que por qué me había enfadado. Yo le dije que si todos hubiéramos sido asertivos yo no habría tenido que recurrir a la maldita pasividad agresiva. La próxima vez, con mi mejor sonrisa, y con una gran dosis de sorna que me permita seguir con el buen humor, amenazaré con una simple denuncia. Y mientras tanto, a ver si localizo a alguna asociación de furibundos antitabaquistas que persigan una atmósfera sana mientras disfrutamos de nuestro ocio en buena sociedad.

martes, 27 de enero de 2009

Harvey Milk, el otro libertario

El desconocimiento generalizado por parte del público, incluido el público homosexual, de la figura de Harvey Milk, es una prueba más de la discriminación de la que los gays hemos sido objeto durante el siglo XX. Que dicho siglo tuviera un último tercio esperanzador para nuestras reivindicaciones no quita para que estemos hablando de uno de los siglos más homófobos de toda la historia, durante el cual fuimos perseguidos, encarcelados, sometidos a espeluznantes electroshocks, hospitalizados y sobre todo invisibilizados en todas las partes del mundo. La lucha por la visibilización, por decir estamos aquí y en todas partes, se produjo al socaire de las revueltas sociales que hubo en los años sesenta y setenta, teniendo como telón de fondo la reivindicación por parte de los negros de sus derechos civiles a un lado del atlántico y las revueltas estudiantiles en el París de DeGaulle al otro.
Harvey Milk es una figura que representa esa lucha por la visibilización. Merece un lugar especial en nuestra historia particular, ya que fue la primera persona abiertamente gay que ocupó un puesto de relevancia política, en este caso ser concejal de un distrito de San Francisco. Muchos dirán que ese hombre con ese nombre sólo nos interesa a los gays. Su muerte, sin embargo, ensalza su figura a unos horizontes muchos más amplios de la experiencia humana. Para entender esto debemos alzarnos de nuevo sobre las sombras del siglo pasado, un siglo plagado de asesinatos de libertadores. El primero fue Gandhi; el último, que yo recuerde, John Lennon. Entre medias, JFK, su hermano Robert, Martin Luther King, Malcolm X y el propio Harvey Milk. El concejal del distrito 8 de San Francisco es parte de esta martirología de héroes políticos del tercer cuarto del siglo XX, tiempo durante el cual si te atrevías a cambiar el mundo te terminaban asesinando. Es por ello, por su atrevimiento por cambiar el mundo y su absurdo canje con su vida, por lo que Harvey Milk es un poco de todos, de la misma forma que ser homosexual es un poco de todos, y ser heterosexual es también un mucho de cada uno de nosotros.
La película protagonizada por un cada vez más inconmensurable Sean Penn rinde un justo homenaje al hombre convertido así en justa parte de nuestra leyenda. Todos los demás (desde Gandhi hasta el propio John Lennon) han tenido una o varias redenciones artísticas que les han acercado a la gran masa de espectadores y consumidores que somos todos los demás. Iba siendo hora de que Harvey tuviera también un momento que lo hiciera eterno. Quizá lo vio en el momento en el que la bala atravesó su cabeza y pensó, fabulaciones de la película, que su final iba a ser digno de una gran ópera italiana. O quizá lo vieran, fabulaciones aparte, los miles y miles de manifestantes que, velas en mano, recorrieron el centro de San Francisco para rendirle un justo In Memoriam el día después de que cesara existir como hombre y comenzara a hacerlo como parte inmortal de todos los demás.

sábado, 24 de enero de 2009

Musik, bar de copas, Murcia

Parece que se ha puesto de moda ahora aprovechar los soportales de la Plaza de Toros de La Condomina para dejar que unos cuantos empresarios de la noche murciana acondicionen sus garitos y ofrezcan un sitio “diferente” de copas. Aunque en el caso de Musik podríamos decir que más que acondicionar, el empresario de turno lo que ha hecho ha sido simplemente poner tres barras para crear uno de los sitos más incómodos en los que tomarte unas bocanadas de humo en toda la ciudad del segura. Porque más que un sitio de copas, Musik es un sitio de humo, que incumple todas las leyes inútiles antitabaco, no tiene ningún extractor que funcione como es debido y que debe su existencia a la indolencia de sus clientes por no denunciar las insoportables condiciones de asfixia a las que son expuestos y la de los vecinos que aguantan con beatífica resignación el ruido que se escapa por las mil re3ndijas de los arcos de los soportales que nos tienen ningún indicio de aislamiento. La arquitectura concebida para el festejo de la tauromaquia no ayuda tampoco a que el ruido, tan machacón fuera, se extienda como es debido dentro, de forma que el concierto al que asistí anoche se podía oír mal que bien en el espacio comprendido entre dos arcos. Más allá, lo único que se percibía era una banda tocando en un idioma ininteligible, entre una nube de humo y ruido resultante de ese intento de blues mal estereofoneizado. Menos mal que los músicos, al menos cumplieron. La próxima vez, que lo hagan en cualquier garaje, por favor.

lunes, 12 de enero de 2009

London, always London

Londres es una ciudad a la que siempre vuelvo. Con Miguel desde que lo conozco. Con mis chavales desde que descubrí lo fácil que es preparar un viaje de estudios a una ciudad que conoces y controlas. Con amigos que nunca han estado y que están deseando zambullirse en las calles dickensianas, en los monumentos victorianos, en la posmodernidad de sus mercados. Esta vez hemos ido con Juanfran (con él estuve hace ya más de diez años, cuando juntos recorrimos Escocia), Miriam y Antonio. Ha sido un viaje en el que Miguel y yo hemos visto dos musicales: The Lion King, junto con el resto de compañeros de viaje y a propuesta de Miriam, y Carrousel, verdadero descubrimiento de una de las esencias del musical clásico. Como siempre, he hecho una corta visita a la National Gallery, como siempre he contemplado "The Portrait of a Young Man", de Agnolo Bronzino, y "The Bathers", de Seurat. Esta vez, hemos descubierto la Saatchi Gallery, por recomendación de unos nuevos amigos de Albacete, con los cuales coincidimos en Candem Lock Market, donde previamente me hube fumado un porro de algo extraño con Antonio. Y compras, muchas compras, este año me he puesto las botas con tantas compras aprovechando las rebajas y que la libra está por los suelos.

Comprando un poco de libertad

Es difícil admitir que la libertad se pueda comprar. En realidad es una burrada creer por un momento que pueda ser así. Sin embargo, no deja de ser cierto que con un poco de dinero la puedes gestionar mejor. Es lo que últimamente me está ocurriendo con las últimas compras importantes que he realizado. Por un lado, el ordenador mini. Me está permitiendo llevármelo a sitios a los que antes no hubiera pensado que podía desplazarse un ordenador conmigo. Al ser tan pequeño, cabe en cualquier bolso, y pesa tan poco como cualquier libro mediano de bolsillo. Es un buen ejemplo de una gran libertad comprada a un precio más que moderado. Por otro lado, ayer estuve en el centro comercial al que acudo tan a menudo como veces lo he criticado. Quería ver las bicis que había. Desde hace un tiempo tengo la idea de comprarme una para salir por Almansa y conocer los alrededores. Llevo más de ocho años viviendo aquí y apenas los conozco. El chaval que me enseñó la bicicleta de montaña literalmente me hizo sentir que la estaba conduciendo, que volvía a tener veintipocos años y que volvía a estar en la huerta del Segura, ese río al que he visto moribundo tantas veces pero nunca morir del todo, esa huerta que aún conservo bucólica en mi memoria gracias a esa primera bicicleta de montaña que mi abuelo me regaló hace ya más de media vida. Hoy he vuelto a sentir esos diecimuchos y veintipocos, en secano en vez de en regadío. Me he alarmado porque me he sentido tan cansado en tan poco tiempo. Enseguida me he dado cuenta que era el falso llano, cuesta arriba al comienzo, a diferencia de hace quince años, que era cuesta abajo. Al alejarme de Almansa y estar frente a frente con el Mugrón, he dejado la bici en una era, cerca de unas ruinas de una vieja casa, y he pensado, por qué he dejado pasar tanto tiempo...