miércoles, 26 de marzo de 2003

John Rechy: Numbers

A diferencia de su anterior novela, Numbers está narrada en tercera persona, aunque la involucración del autor hacia su personaje central viene a ser más o menos la misma. Johnny regresa a Los Ángeles (Lost Angels, como la llama contnuamente) tras tres años de ausencia en su pueblo natal, Laredo (en City of Night era El Paso). En la ciudad de los ángeles perdidos revivirá los momentos más intensos que dejó atrás e intentará descubrir por qué se fue y por qué ha regresado. Durante esa búsqueda tendrá distintos episodios sexuales con hombres y con una mujer. También irá dándose cuenta lo que ha cambiado esa ciudad en apenas tres años, producto de la acción de las escuadras anti-vicio.

La novela, en muchos sentidos, es un paralelismo con notables variaciones de City... En Numbers el protagonista deja de ser trade sin dejar de ser homosexual, aunque su reconciliación con su masculinidad queda todavía lejos de su aceptación de hacer cualquier cosa en el acto sexual, un acto que viene a ser una actividad altamente programada en la que lo único que cuenta es el contacto genital.

Los actos sexuales son fundamentales para la construcción epistemológica de la identidad homosexual de su personaje. Son relatados con todo detalle y con todo recuento. El personaje se ve sumido en un carrusel de contactos en una playa en la última parte de la novela. Su objetivo, llegar a un número determinado en una especie de carrera contra algo que le es imposible definir con nitidez.

El título de la novela es polisémico: por una parte, tenemos la correlación bíblica con el libro homónimo en el cual una nube de humo y fuego se cierne sobre la estirpe de Moisés. En la novela de Rechy Los Ángeles se nos presenta de una manera similar al principio cuando el protagonista conduce por el desierto hacia la ciudad. Por otro lado, está el sentido literal aplicado al número de contactos sexuales de su protagonista, contactos fríos e impersonales como cifras. Por otro lado, tenemos el significado connotativo que number tiene en el argot de los chaperos: alguien que lo hace por dinero. Finalmente, la derivación sustantivo-participativa del adjetivo numb, es decir insensible.

Michael Cunningham: Una Casa en el Fin del Mundo

Nos encontramos quizá ante una de la novelas cumbres de la más reciente narrativa gay norteamericana. Hablar de Michael Cunningham es como hablar de David Leavitt o Andrew Holleran. Hasta tal punto es su narrativa imprescindible para plantearse ciertos mitos y referencias contemporáneos. Porque si Leavitt explora en las relaciones humanas en un nuevo contexto gay y Holleran abrió las puertas literarias de los primeros ambientes de los setenta, Cunningham nos plantea en esta novela algunos parámetros para construir algo que siempre se nos ha negado durante todos los siglos y en todas las épocas: la familia. La novela más que reivindicar un espacio para una posible familia gay describe los resquicos emocionales de un grupo de personas que se afanan por convivir como una familia hasta que al final llegan a serlo, ...e incluso fracasan como tal.

Pero esta novela es mucho más que eso. Sus personajes son vida pura, auténticas emociones destilizadas con la mejor prosa imaginable. Hay escenas que son aptas para el escaparate de la historia: las escenas del tejado, tanto las de Jonnathan y Bobby como las de ellos mismos junto a Clare y el fuckbuddy de Jonathan, Ralph, y la las escenas finales en las que contemplamos a la muerte de est último personaje.

Se puede considerar, asimismo, como una crónica sobre la vida en norteamérica durante los setenta y los ochenta en dos de los escenarios más recurrentes a la hora de trazar mitos dentro de esa literatura: el medio oeste y la ciudad de Nueva York. Es una crónica que no es presentada desde cuatro puntos de vista: los de los cuatro personajes principales con los que nos vamos encontrando: los mencionados Clare, Bobby y Jonathan, y la madre de éste último, Alice.

Michael Cunningham: De Carne y Hueso

Publicada cinco años más tarde que su primera novela, Carne y Hueso recoge los temas pricipales de auqélla y de alguna forma pretende agrandarlo, en lo que termna siendo el defecto principal de la novela –por otra parte, es tan difícil encontrarle otros. Y es que si Una Casa en el Fin del Mundo no necesitaba algo era precisamente eso: que se la engrandeciera pues su grandeza reside en su volor en sí misma.

Aquí nos volvemos a encontrar con una familia a la cual conocemos a través de una generación anterior, que en definitiva es la que nos va a traer a los protagonistas principales del relato, en este caso los hijos del matrimonio Stassos: Susan, Will y Zoe. Estos tres protagonistas comparten la focalización narrativa en conunto con sus padres, Constantine y mary, dos emigrantes griego e italiana respectivamente de cuyas vidas apenas sabemos nada, excepto el breve capítulo inicial que nos muestra a un Constantine de apenas ocho años aprendiendo a construir jardines y a trabajar “su” tierra (probablemente aún en Grecia), en un pasaje no exento de simbolismo. Precisamente el simbolismo lírico consistente en armonizar el momento de cada personaje con su entorno a través de imágenes y metáforas es uno de los recursos formales más utilizados por Cunningham en este y en su anterior novela.

Las vidas de las tres generaciones completan un siglo exactamente, aunque la manera en que esto se consigue resulte un tanto artificiosa.

La novela se podría analizar partiendo por las relaciones que los mencionados personajes traban entre sí, especilamente con sus respectivas parejas, con las cuales van labrando un presente de fracasos que culminan en la tragedia final. Para eso hay que recordar a otros personajes: Jamal, fruto del vientre de la psicodélica Zoe, hijo de un padre que no llegaría a conocer; Ben, resultado de la tragedia que durante más de medio siglo su familia le viene cociendo e hijo de la unión entre Susan y Todd; y Cassandra, la única que no está biológicamente relacionada con ninguno de los personajes mencionados pero que actúa como una segunda madre para Jamal, lo cual no deja de ser irónico al tratarse Cassandra en realidad de un hombre travestido. No debemos olvidarnos tampoco de Harris, amante de por vida de Will. Se conocen cuando ambos están entrando en la mediana edad.

Como en la mayoría de novelas de cierta calidad, no podríamos decir que estamos ante una novela gay, sino más bien ante una novela donde la homosexualidad es uno de tantas posibilidades para que las cosas funcionen o no lo hagan partiendo de un esquema occidental de lo es, pude ser o debe ser una familia. Por un lado tenemos las uniones tradicionales: aquéllas formadas por Constantine y Mary, salpicada de una especie de violencia biológica en un momento histórico donde los roles del hombre y la mujer comenzaron a cambiar ostensiblemente. Constan y Mary representan dos claros exponentes de dos miembros que le pierden el curso al abismo generacional que comenzó a producirse a finales de los sesenta. Por supuesto, la forma de encajar esa derrota oscila desde el supuesto y fingido triunfo de Constantine al casarse con su amante, Magda, a la dignidad soberana con la que Mary afronta sus todavía largos años de soledad. Por otro lado, nos encontramos con la familia que forman Susan y Todd, la cual, al cabo de diez años es moteada inopinadamente de infidelidad por parte de ella hacia él con su jardinero, el cual posiblemente será el padre de Ben, el único fruto de esa unión. El sexo forma una parte importante en la estructura temática de esta novela, como muestra el hecho de que la primera vez que vemos a Susan y Todd y juntos es precisamente en el coche de ella haciendo puerilmente el amor en la candescencia de sus años de instituto. Su relación, tras casarse súbitamente antes de ir a la Univesidad, no puede ser más convencional. Y es que él no puede ser más convencional. Padre de familia, es un reputado abogado que no ceja en su carrera política hacia el Senado. Su hijo, trece años más tarde, será el culminador inocente de muchas frustraciones, sexuales también.

Por otra parte, están las relaciones no tan convencionales, como las que establecen Zoe y Cassandra sin que exista entre ellas ningún vículo sexual; y, por supuesto, la de Will y Harry.

No obstante, la relación que supone el clímax en esta historia es la que establecen casi inopinadamente los primos Ben y Jamal. Desde el primer momento en que comparece en su temprana adolescencia, Ben muestra signos de que, como bien su primo observará páginas más adelante, es como Cassandra. Ben se siente en todo momento acorralado por unos sentimientos que en ningún instante parece ni comprender ni aceptar. Es un ejemplo de lo que podría ser el nuevo gay de principios del siglo XXI, muy lejos de esa imagen idílica de persona plenamente reconciliada con su sexualidad. Porque precisamente el medio en el que Ben vive (familia burguesa de mentalidad postreageniana) no es mucho más propicio que el que tuvo su tío Will (al que por cierto no acierta a soportar) treinta años antes. La ciega pasión por conseguir un deseo físico irrefrenable con su primo, y el no poder hacerlo por la negativa de éste, arrastran a Ben a su muerte en una época en la que para un gay suburbano lo más fácil parece ser vivir. Todo un material para la reflexión. Ironía.