miércoles, 26 de marzo de 2003

Michael Cunningham: Una Casa en el Fin del Mundo

Nos encontramos quizá ante una de la novelas cumbres de la más reciente narrativa gay norteamericana. Hablar de Michael Cunningham es como hablar de David Leavitt o Andrew Holleran. Hasta tal punto es su narrativa imprescindible para plantearse ciertos mitos y referencias contemporáneos. Porque si Leavitt explora en las relaciones humanas en un nuevo contexto gay y Holleran abrió las puertas literarias de los primeros ambientes de los setenta, Cunningham nos plantea en esta novela algunos parámetros para construir algo que siempre se nos ha negado durante todos los siglos y en todas las épocas: la familia. La novela más que reivindicar un espacio para una posible familia gay describe los resquicos emocionales de un grupo de personas que se afanan por convivir como una familia hasta que al final llegan a serlo, ...e incluso fracasan como tal.

Pero esta novela es mucho más que eso. Sus personajes son vida pura, auténticas emociones destilizadas con la mejor prosa imaginable. Hay escenas que son aptas para el escaparate de la historia: las escenas del tejado, tanto las de Jonnathan y Bobby como las de ellos mismos junto a Clare y el fuckbuddy de Jonathan, Ralph, y la las escenas finales en las que contemplamos a la muerte de est último personaje.

Se puede considerar, asimismo, como una crónica sobre la vida en norteamérica durante los setenta y los ochenta en dos de los escenarios más recurrentes a la hora de trazar mitos dentro de esa literatura: el medio oeste y la ciudad de Nueva York. Es una crónica que no es presentada desde cuatro puntos de vista: los de los cuatro personajes principales con los que nos vamos encontrando: los mencionados Clare, Bobby y Jonathan, y la madre de éste último, Alice.

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