Esta mañana, en el trabajo, me he encontrado con Rufo antes que con nadie. Lo primero que he hecho ha sido darle las gracias por la amabilidad que tuvo al regalarme una entrada para ver el partido que enfrentaba a la Unión Deportiva Almansa con un equipo de la frontera burgalesa dentro de la fase de ascenson a la insoportable y anodina Segunda División B, aunque a tenor de la insistencia que mostré para ir a ver el susodicho partido cualqueira pensaría que estoy escribiendo una sociología sobre las infradivisiones del fútbol español. Cuando me enteré que P y R iban a ir a animar a nuestro supuestamente nihilista compañero se me hizo el culo pepsicola como suelen decir en la meseta meridional, y no sólo porque añore la compañía de todos estos amigos, sino porque el fútbol es algo con lo que poco a poco me voy reencontrando. Ya he admitido que es un producto de la envolvente sociedad de consumo nuestra, y que el valor deportivo es sólo una excusa para que uan panda de empresarios y publicistas se forren. Ahora lo que quiero es rescatar aquellas cosas de este deporte que son dignas de salvar y que me retrotraen a mi infancia, adolescencia y parte de mi edad adulta. Ayer fui a ver un partido de fútbol en directo por primera vez en más de 10 años. El último había sido un encuentro en Segunda B entre el Murcia y el Cartagena. Este año que viene, aprovechando que los primeros estarán en Primera y en estadio nuevo lo mismo me da por ir con Antonio, el flamante marido de mi madre.
El otro reencuentro lo he tenido hoy jugando al tenis. Desde que estuve en Alcaraz en mis comienzos como docente no había cogido una raqueta. Hoy he vuelto a pegarle golpes a la pelota con un compañero bastante agradable de Tecnología que me propuso hace ya algún tiempo la idea. Me he sentido patoso, como no podía ser de otro modo. Aun así, los recuerdos de adolescencia, cuando montado en una bicicleta me iba con JA Totajada y Andrés Felipe a las pistas ruinosas de un club de tenis abandonado de las afueras, me han invadido. Fueron meses de duros reveses y repentinas directas, en los que la bola iba de una pista a otra impulsada con nuestras energías sudorosas de chicos de 17 años y la incertidumbre que daba la inexperiencia. Qué lástima que algunos de esos partidos, sobre todo los que jugué a solas con JA, no durasen hasta el alba. Seguro que hubiésemos hecho una buena pareja.
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