viernes, 1 de junio de 2007

Cena de graduación y conversaciones sobre la muerte de lo normal

El otro día estuve en la graduación de mis muchachos de la ESO y Bachillerato. Fue una ceremonia emotiva y larga, en la que fui agasajado con varios premios y regalos en reconocimiento a mi labor docente dentro y fuera del aula. Nunca supe en su momento cuán importante el viaje a Londres iba a ser para un grupo de muchachos de apenas 17 años que acaban de empezar a conocer el mundo. Pero ahí estaba uno de los premios más merecidos, Mr London, menuda machada!!

La noche estuvo salpicada de alcohol, como no pudo ser de otra manera. Son de estas veladas en las que te encuentras con los alumnos en otro contexto, en el que verdaderamente se nota la confianza humana que te has ido labrando con ellos más allá de las exigencias académicas. Y como el alcohol relaja las defensas y potencia las confesiones, allí estábamos mis más cercanos alumnos y yo, hablando tanto en castellano como en inglés de fútbol, Dios, el follisqueo y el amor. Me sorprende y me congratula obervar los pocos prejuicios que tienen ante ciertos temas, así como me preocupa las inseguiridades que les asolan en otros. Pero todos hemos tenido 17años, y tan seguros hemos estado de cosas de las que un mes después no dudamos en poner en tela de juicio si la inteligencia nos acompaña. Es lo normal cuando se es joven, y la inteligencia rebasa en poco a la insolencia.

También fue un momento propicio para hablar con otros colegas de profesión. El día a día en la sala de profesores se presta bastante poco a ciertas confesiones acerca de las relaciones de pareja. Apoyado en la barra, conversé con P, el profe de educación física y compañero de borrascas sentimentales de mi queridísima amiga R. A medida que hablo con gente poco convencional me doy cuenta el daño que las exigencias sociales le hacen a mucha gente en lo que respecta a las relaciones de pareja. Las exigencias sociales te impelen a mantener una relación monógama, y a ser posible, eterna. Eso es algo frente a lo que algunos nos rebelamos como mejor podemos, pero otros agonizan en el intento sin saber contra qué están luchando. Conozco a muchas parejas, la gran mayoría heterosexuales, que estarían de puta madre si ambos se permitiesen un respiro y no sacralizaran tanto el sexo.

Michael Foucault tenía razón cuando decía que el espíruto vicotoriano todavía se encuentra entre nosotros porque aún no hemos superado el deseo de hablar del sexo como algo que debemos regular. La sociedad ha estado regulándolo desde siempre, quizá en los últimos dos siglos con más insistencia que antes. La sociedad lo ha convertido en pecado, en crimen, en enfermedad. Y hoy en día estamos obsesionados en regular aquellas prácticas nocivas para la pareja. El sexo siempre debe practicarse en pareja para que la pareja vaya bien. Ha de practicarse equis veces a la semana. El problema es que los discursos públicos sobre el sexo son muy poco diversos para la cantidad de parejas, hetersexuales y homosexuales, que hay. El mismo discurso no engloba el deseo de todos, y así, hay parejas que deciden compartir otras cosas y dejan el sexo para otros. Luego hay otras parejas que siguen compartiendo el sexo, pero que no se cierran a nuevas experiencias. Y, aunque parezca mentira, también las hay que son monógamas por propia iniciativa (de estas, conozco pocas, la verdad).

P y yo estuvimos hablando de la tiranía de las convenciones, que algunas veces inopinadamente asumimos, y de las que tanto trabajo nos cuesta deshacernos. Estuvimos poniendo en tela de juicio la monogamia y lo absurdo que para algunas personas como nosotros es, así como la riqueza personal que hay en las relaciones abiertas y consentidas en las que lo importante es que siempre hay algo aparte del sexo que compartir y disfrutar.

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