lunes, 7 de mayo de 2007

INSTANTÁNEAS DE MARRAKEC

He aprendido a utilizar el Photoshop, así, de casualidad, como ocurren muchas cosas. El recuerdo que tendré de este último viaje a Marrakech será diferente debido a este último descubrimiento, ya que la mayoría de instantáneas (algunas fotos no fueron precisamente instantáneas, ya que tardé casi dos minutos en obtener el resultado deseado) las he hecho sobre gentes, a las cuales una iluminación retocada les va a dar la vida en papel que yo les quise capturar en sus vidas reales. O al menos eso es lo que estoy tratando de hacer.
Porque la vida en Marrakech es dura. Y eso es algo que la mayoría de objetivos y lentes occidentales que por allí deambulan semana tras semana pasan por alto. Es difícil conseguir retratar el afán de supervivencia callejera y la picaresca necesaria para conseguirla. Es difícil capturar las frágiles sonrisas de los adolescentes que venden cualquier cosa en Jemaa El Fna, intermediarias del sufrimiento contenido y el anhelo de no pensar demasiado en lo puta que es la vida porque si piensas demasiado se te escapa un turista despistado que te puede dar una propina para comer esa tarde. Es difícil rescatar los movimientos de las bicicletas al atardecer, empujadas por hombres cansados, decididos a olvidar los dirhams no ganados oyendo a los milenarios cuentacuentos mientras la luz del día es sustituida por la de los focos de los puestos de comida. Marrakech es una rémora del neorrealismo italiano que Vittorio de Sica hubiese actualizado hoy en día, o una traslación contemporánea de la Sevilla de Velázquez, el Londres de Charles Dickens o la Salamanca del Siglo de Oro. Tanto entonces como hoy día en Marrakech y en innumerables lugares del mundo, el objetivo de las gentes es el mismo: ganar algo de dinero para poder comer, disfrazar un poco la dignidad para sobrevivir, no mirar demasiado los problemas para poder sonreír.

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