Coger el coche me está distrayendo bastante, más por las ensoñaciones en las que me embarco mientras estoy tras el volante que por las conocidas carreteras que obligatoriamente tomo para cumplir con la prosodia del papeleo necesario para que mis sesiones con ese psicólogo tan recomendado por mi amiga Belén comiencen.
Ayer, mientras iba rumbo a Villena, pensé lo bien que me vendría marcharme al Reino Unido a pasar tres o cuatro días conduciendo por unas carreteras por las que nunca he estado tras un volante. El conducir por la izquierda es algo que no me tira para atrás, por cuanto la experiencia irlandesa de hace casi seis años (cuánto tiempo, por dios) me quita la ansiedad. Iba escuchando X&Y, de Coldplay, tan conocido desde hace más de dos años, pero en mi mente sonaba Drive on, Driver, de Magnetic Fields, que también estaban en el cargador de MP3. No sé por qué no los puse, quizá porque no pulsar una simple tecla era lo más fácil dado mi estado; quizá también porque hacía tiempo que no escuchaba este disco, desde que condujimos por los bosques y lagos finlandeses este verano pasado. Me imaginaba que, si me iba al Reino Unido (yo pensaba en Cornualles), el coche que alquilaría tendría que tener lector de MP3, porque lo más importante de conducir por carreteras extrañas es el placer de escuchar la música que más significado tiene para quien quiere depurarse de aquello de lo que se aleja. Hace un año justo cogí el coche y llegué al río Ebro. Entonces recuerdo que estuve escuchando Under the Iron Sea, de Keane, así como Sam’s Town, de The Killers. Descubrí carreteras secundarias y fotografié pueblos pequeños que apenas salen en el mapa y que probablemente no han cambiado desde que la fotografía sólo se podía hacer en blanco y negro. Apenas recuerdo el nombre de alguno. Sí recuerdo pasar por Calanda, el pueblo del milagroso Buñuel, y me sorprendió por lo inimaginablemente feo y desagradable que era a su paso por la carretera. Recuerdo también la nieve primaveral que me encontré en las faldas de la cordillera ibérica, tan inesperada a estas alturas de cambio climático.
Hoy he vuelto a coger el coche, esta vez para cumplir un trámite del todo innecesario, ya que lo podía haber hecho por fax. Ponerme tras el volante, sin embargo, ha sido de nuevo un reclamo para ocupar la mañana, aunque haya sido para ir a la triste Albacete, más triste hoy si cabe debido a la lluvia. Allí le he comprado un regalo a Miguel, el segundo en dos días. Si ayer, acompañado de mi querido Antonio fui a regalarle unas gafas, hoy le he comprado una chaqueta nueva, que tan falta le hace y que tanto echa de menos cuando nos arreglamos, en especial los fines de semana, para salir al cine, al teatro o a una simple cena que siempre es especial.
He notado que me cuesta llegar a casa. A lo mejor por eso he llamado primero a Antonio y después a Miguel, para ver si alguno de ellos podían pasar unos minutos conmigo junto a un café o la chaqueta que acabo de comprar.
Esta semana que viene volveré a coger el coche, esta vez quizá para ir a Alcaraz, el lugar donde empecé mi andadura docente y donde podré comenzar a depurar toda la basura que he ido acumulando en mi turbado interior en los últimos tres o cuatro años y que ha culminado con este estado en el que estoy y al que no me resigno. Me iré probablemente el miércoles, ya que no quiero perder días de piscina. No quiero pensar si estaré uno, dos o tres días. Lo único que quiero hacer durante ese tiempo es pasear, meditar, leer y escribir en mi portátil. No quiero acordarme de nada, excepto de lo que yo elija.
No hay comentarios:
Publicar un comentario