lunes, 14 de abril de 2008

ZP Y SU INCOMPLETA REVOLUCIÓN DE GÉNERO

Hace año y medio iba, en medio de un desapacible día lluvioso, rumbo a Albacete en autobús con mis alumnos de 2º de Bachillerato. Íbamos a hacer una visita al campus de esa intrascendente ciudad. Me encontraba para la ocasión acompañado de Rufo, compañero de filosofía actualmente con una licencia de estudios no remunerada. Era la primara vez que Rufo y yo teníamos la oportunidad de charlar largo y tendido sobre los innumerables aspectos de la vida que nos interesan. Uno de esos puntos era la política sexual de Zapatero que mi compañero de excursión tildó de verdaderamente revolucionaria. Yo no daba crédito a pesar de haberme convertido en un zapaterista casi incondicional (y mira que pongo yo condiciones a las cosas) en los últimos años, especialmente después de la aprobación del matrimonio homosexual por el que tanto hemos luchado muchos.

Es innegable que las reformas en materia de género han sido importantes en la primera legislatura de Zapatero, la cual me temo que ha sido mucho más progresista que la que se avecina, ojalá me equivoque. La aprobación de la ley de la ampliación del matrimonio a las parejas homosexuales ha venido también acompañada en el sentido de reformas de género por una importante ley integral contra la violencia machista, tan necesaria en nuestra sociedad como insuficiente o mal aplicada mientras se siga registrando una sola muerte por terrorismo doméstico.

Esta segunda legislatura la ha comenzado dando síntomas de inequivocable vocación feminista al designar, por primera en la historia, a una mujer, su delfinable Carme Chacón, como ministra del ministerio más masculinista que existe, el de Defensa. Ahí no ha quedado la cosa: también, por primera vez en los anales hay más ministras que ministros, lo cual contrasta notablemente respecto aquel primer Consejo de Ministros socialistas del año 82 en el que nadie se extrañaba que no hubiera una sola mujer.

La sociedad española ha cambiado, afortunadamente, de manera radical en los último cuarto de siglo. Zapatero, independientemente de su gestión en estos cuatro años, pasará a la historia como uno de los presidentes que con más gestos ha contribuido a la semiótica del cambio generacional en cuestiones de género. Sin embargo, y aunque los símbolos sean importantes en esta sociedad posmoderna en la que vivimos, las realidades que subyacen muchas veces debajo de esos gestos simbólicos hacen que éstos muchas veces se conviertan en significantes casi vacíos. Me explico: aunque el consejo de ministros pueda considerarse más femenino que nunca, la realidad de las principales empresas, tanto públicas como privadas sigue siendo muy distinta. Yo, sin ir más lejos, trabajo en una empresa pública en la que las profesoras son más que los profesores. No obstante, en los equipos directivos ellas son clara minoría. Y qué decir de las grandes corporaciones. Según ciertos datos sólo un cinco por ciento de los puestos de responsabilidad son ocupados por mujeres. Esto no deja de ser significativo en una época en la que el poder económico va por delante de, y en muchos sentidos determina al poder político. Muchas empresas te siguen condicionando la vida si eres mujer, sobre todo si en tus planes está el embarazo, o si eres abiertamente homosexual. La promulgación de leyes o el abanderamiento de símbolos debe hacerse compatible con una política profunda de concienciación que pase por una vigilancia estrecha sobre el cumplimiento de leyes de igualdad (esperemos que funcione ese nuevo ministerio), y así como con una educación en valores de no discriminación que se cumpla desde las etapas infantiles del sistema educativo (más y más efectiva educación para la ciudadanía no sexista). Sólo así los gestos se convertirán, aunque lentamente, en una efectiva revolución.

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