Su nombre era Teresa Macanas, la estanquera de Santomera. Casi paisana mía, pues. Salió del anonimato en el año 2001, año de catástrofes televisadas en directo desde Nueva York para el mundo. Pero de la misma manera que los aviones estrellados contra las Torres Gemelas no han servido para que aprendamos de nuestros errores preventivos y alcancemos un mundo mejor, la comparecencia de Teresa en un reality show, con toda su buena voluntad de buena mujer, incluso denunciando la pasividad de las administraciones sobre la atención a esquizofrénicos, no sirvió para que siete años después se convirtiera en una Cassandra sobre su propia muerte, de la manera más macabra y atroz pues su vástago, sobre el que alertaba en 2001 que podía cometer una desgracia, que incluso la podía llegar a matar, antesdeayer consumó el crimen, decapitándola y paseándose por la plaza del pueblo con la cabeza de su madre recogida en un trapo.
Lo penoso de todo esto es que a la masa popular se le está dando, desde los medios de comunicación más obtusos que suelen ser la mayoría, la misma carnaza que en 2001, la cual no ha evitado la muerte, siete años después, de la mujer macilenta que salía en televisión pidiendo a gritos, literalmente, una intervención por parte de la sanidad pública que por supuesto no ha llegado. Decía Teresa Macanas en el primer año de este funesto siglo que debería haber instituciones para este tipo de personas que ella no acertaba a denominar esquizofrénicos. Insistía, desde la infinita bondad de la que sólo una madre es capaz, en que su hijo no era malo, pero que un día de estos cometería una desgracia.
Lo peor es que todo seguirá igual. Los reality-show, describiendo una realidad inconexa a la que no sacarán conclusiones profundas; la masa, engullendo historias macabras y esperando la siguiente. Los poderes públicos, sobre todo los más conservadores, mirando exclusivamente al endurecimiento de las penas una vez que se han cometido unas barbaries que perfectamente se podían haber evitado.
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