Lucía Puenzo es escritora, y eso se nota en la manera que tiene de narrar. También es oriunda del Mar de la Plata, como Ernesto Sábato o Mario Benedetti, y su predilección por la extrañeza dentro de un irrenunciable realismo la emparentan a estos dos grandes maestros de la narrativa del veinte.
La hija del gran de director de La Historia Oficial sabe contar historias también en celuloide, el soporte complementario de la narrativa en tiempos ya posmodernos. Con una historia amarga, esperanzadora, trágicamente revolucionaria, se sitúa un paso más allá de lo que maestras de lo extraño como la sureña Carson McCullers hubieran hecho de haber habitado la uruguaya región de la Plata en días como hoy. La escritora de Georgia vislumbró, hace más de sesenta años en novelas como El Corazón es un Cazador Solitario o Reflejos en un Ojo Dorado, el potencial disruptivo que tenía poner en jaque la asunciones tradicionales de género. Su campo de acción fue el viejo sur de los Estados Unidos, donde lo genéricamente extraviado se presentaba de forma grotesca aunque contestaria. Lucía Puenzo propone una historia de hermafroditismo en un punto fronterizo entre Uruguay y Argentina, alejado de los mundanales rumores.
Cuando Ramiro y Erika van a visitar a Kraken y Suli, invitados por esta última, tienen un objetivo en mente: resconducir la vida sexuada de la hija quinceañera de estos últimos, Alex, que habiendo nacido con cromosomas de mujer, también lo hizo con genitales masculinos.
La verdadera lucha por una identidad más allá de la obligatoria dualidad la vive la propia Alex con el hijo de los invitados de sus padres, Álvaro, quien apenas cuestiona extrañeza alguna en la chica como no sea por el resquemor que le produce no ser amado por ella.
Lo esperanzador de la película reside en la apuesta por la sinceridad de personajes como la propia Álex que, desde la androginia de su propio nombre, niega que haya obligatoriedad por elegir entre ser hombre o ser mujer. “¿Y si no hubiera nada que elegir?” le dice a su madre mientras tira las pastillas que habrían de perpetuarla en una feminidad artificial. Los sentimientos de los hombres que rodean y quieren a Álex por quien es y no por lo que es son también alentadores: su propio padre, quien se negó a operarla cuando nació, su mejor amigo Vando, y un Álvaro que, a pesar de ser quien más sufre y más pierde en esta batalla de confusiones, se lanza a ella sin ningún ansia de abrazar ninguna categoría estanca. Los seres humanos, así, fluyen, como la propia agua del río que inopinadamente sirve de frontera entre dos países, tal y como muestra la última secuencia.
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