domingo, 1 de febrero de 2009

El truco del manco, de Santiago A. Zannou

Es una vida puta vivir en un arrabal de un barrio marginal del extrarradio de Barcelona, a apenas unos kilómetros del burgués Passeig de Gràcia sin tener nada a lo que aspirar y sin otro horizonte que el da el salto de mata, a veces un verdadero salto mortal sin protección. Así vemos a Quique, probablemente Kike, alias cuajo, de renacuajo. La historia de su mote es lo más entrañable de un personaje que, para más inri, es paralítico cerebral. De admirable tiene mucho, precisamente lo que no se ve y sólo se intuye: su lucha por sacar cabeza en un ambiente ya de por sí chungo, con una familia tan bienintencionada como oligofrénica, de extracción gitana, pero de estos gitanos semi-empallizaos, metidos en una colmena de pisos mientras sus primos, a los que les va mucho mejor, aún siguen a su aire en casas de una planta apenas unas calles más abajo.
Cuajo tiene un horizonte y una aspiración: grabar un disco de música hip-hop en un estudio propio. La forma de conseguirlo es ajustándose a la ley del arrabal: salto de mata, chanchullos y, en el peor de los casos, movidas. Movidas son movimientos peligrosos para conseguir dinero, en este caso administrar heroína en las casas bajas. Lo mejor de la película es una asombrosa interpretación de sus dos actores principales, junto con una dirección novel muy notable que da como resultado un verismo barriobajero que no veíamos en nuestro cine desde Barrio. Lo peor quizá sea la previsibilidad del desenlace, compensada con creces por la última escena en la que Kike baja las escaleras hacia el autobús a cuestas de su amigo el negro. Arrimar el hombro el uno con el otro es todo lo que queda cuando todo lo demás se ha reducido a cenizas.

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