Belén, hace un tiempo, me recomendó que leyera a Philip Kerr, escritor irlandés de novela negra. En concreto, me recalcó una trilogía, formato siempre tan de moda, titulada Berlín Noir. El otro día, de camino a Toledo para asistir a una reunión, comencé a leerme en el autobús la primera entrega, March Violets, la cual hace referencia a las adhesiones al nuevo régimen nacionalsocialista que se extendieron como brotes inesperados de violetas tras las infaustas elecciones de marzo de 1933. Berlín, en esa novela, le sirve de laberinto socio-emocional a las contradicciones del detective privado, otrora agente de policía, Bernie Gunther. Precisamente el laberinto urbano y sus nombres largos pero fácilmente descifrables me han traído a la memoria escenas de este verano pasado.
El que no escriba una entrado sobre un viaje concreto no quiere decir que ese viaje no haya dejado mella en mí. La única forma de que un blog como este fluya es no constriñendo las ganas de escribir a una supuesta responsabilidad. Sólo así se consigue la libertad necesaria para hacerlo cuando a uno le sale realmente de las pelotas. Y en ocasiones un viaje, como es este caso, va ligado a una lectura. Bien es cierto que el Berlín de los años 30 cambió mucho a medida que la década se fue haciendo más siniestra, y no ya para los berlineses de un lado y otro del muro de las lamentaciones, sino para el resto de la humanidad que se limaba las uñas. Si eso fue así en apenas una década, intentar sondear la misma ciudad casi más de setenta años después, con lo que eso supone para una ciudad que ha visto ocupaciones y particiones a cuatro, muros erguidos, muros destruidos y conservados, arquitectos de vanguardia y adolescentes eternos de medio mundo buscando un nuevo sentido a sus borracheras, se convierte en una empresa complicada. Pero no imposible. Hay dos referencias a sendas plazas que me transportan de nuevo en ese vuelo de Air Berlin a la ciudad más reinventada del último siglo: Alexanderplatz y Postdamerplatz. La primera de ellas, donde Bernie Gunther tiene su oficina huérfana de secretaria, ya en los años inmediatamente posteriores al incendio del Reichstad tenía conciencia de su orientalidad, como si adivinase soviéticas invasiones que se antojaban inevitables. No debe de haber cambiado mucho, por cuanto los tranvías nunca han dejado de estar ahí ni los edificios altos aunque unos hayan sido sustituidos por otros. Postdamerplatz en su día quedó circunscrita a la parte occidental. La primera impresión que tuve de ella fue la de un descampado infame y degradado por la desidia urbana que corroyó a muchas ciudades en los años 70. Fue en la película de Wim Wenders El Cielo sobre Berlín, que Miguel y yo vimos días antes de nuestro viaje con el resto de amigos. Hoy en día es uno de los puntos con mejor conjugación rectilínea del mundo contemporáneo, y una muestra de que las ciudades no dependen tanto de las circunstancias adversas para sobrevivir, sino del carácter por sobresalir de algunos de sus habitantes, que son los que al final imprimen eso tan difícil de definir como es la fuerza colectiva.
Para ilustrar el sentir general de una ciudad y su perdurabilidad a pesar de los devaneos históricos me quedo con un pequeño fragmento de March Violets:
“Berlin. I used to love this old city. But that was before it had caught sight of its own reflection and taken to wearing corsets laced so tight that it could hardly breathe. I loved the easy, carefree philosophies, the cheap jazz, the vulgar cabarets and all of the other cultural excesses that characterized the
Philip Kerr escribe desde la atalaya del presente. Sabe, como sabemos los que hemos estado sondeando la geografía urbana de la metrópolis germana, que esos excesos culturales, sean en la isla de los museos, en la mezcolanza de culturas de una discoteca situada en el ático de un nuevo rascacielos o en una jornada dedicada al paseo en bicicleta (perfecto para descubrir esta ciudad), están de vuelta, y que la república de Weimar, por muy breve e intensa que fuera en los años del Cabaret que tan bien retrara Bob Foss, están allí para quedarse y hacer, efectivamente, de Berlín una de las ciudades más emocionantes que uno puede pisar y recordar después.
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