En la obra maestra de John Makievick De Repente el Último Verano asistimos a un brote de violencia inusitado, que vemos cocerse a lo largo de todo el largometraje pero que aún así nos inunda de sorpresa cuando se produce.
Lo mismo ha ocurrido con las últimas cuatro ediciones de los premios de Hollywood si revisamos las cuatro películas que se han alzado con el premio a mejor filme. Es difícil decir cuál de ellas es más violenta o en el cuál la violencia se cuece con mayor calma y eficacia. La apelación a lo sangriento y destructivo es un constructor irrenunciable del cine comercial y, sin embargo, si se sabe hacer bien puede ser un ingrediente inestimable para la configuración de una gran película. En estos cuatro años la veteranía de directores de la talla de Clint Eastwood, Michael Scorssesse (ya era hora que le dieran el Oscar en 2007, aunque fuera a toro salvaje pasado) o los hermanos Coen se han encontrado con un aprendiz como Paul Haggis, que a la vera del propio Eastwood supo sacar de lo violento lecciones de maestría para una irrepetible Crash que dejó a los vaqueros de Brokeback Mountain desmontados.
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