domingo, 23 de marzo de 2008

Pozos de Ambición y La Guerra de Charlie Wilson: La espina dorsal del imperio






Estos días de asueto santo (no en mi caso, por lo santo) he visto dos películas en la gran pantalla que reflejan las inquietudes del imperio norteamericano a principios y a finales del siglo pasado, que fue en definitiva el siglo en el que la república que Jefferson, Washington y otros más crearon tomó tintes imperiales.

La primera de ellas, There will be blood, más conocida en castellano con el dudoso nombre de Pozos de Ambición, está basada en una novela de uno de los escritores realistas sociales que más reivindicación merece, Upton Sinclair. El título de la novela Oil!, signo de admiración incluido, resume el ansia de petróleo por parte de Daniel Plainview, un llanero solitario que encarna el espíritu pionero y emprendedor que tanto ha hecho por configurar el alma de una nación que, incluso hoy en día, basa su grandeza económica en la dependencia global de esa cruda materia prima. La película ha aburrido a muchos de mis amigos y conocidos. La han tildado de lenta y los más expresivos me han comentado que es un auténtico coñazo, hasta tal extremo que a punto estuve de no ir a verla. Sin embargo, la película me cautivó por varias razones: la austeridad brutal de las escenas en relación con el impactante medio, una fotografía precisa como hacía tiempo que no veía (al día siguiente me enteré que había ganado el Oscar en esta categoría), o una dirección inmejorable en las escenas litúrgicas que te recuerda que sólo el director de Magnolia es capaz de resaltar la angustia y la contradicción de los falsos profetas. There will be blood es una película que será recordada no sólo por la actuación de un a veces sobreactuado Daniel Day Lewis sino por la precisión con la que se refleja el imposible equilibrio entre la ambición ilimitada y la integridad individual.

La segunda película, La Guerra de Charlie Wilson, es una expiación sobre el patio trasero (quizá el único existente) de la política exterior estadounidense. Últimamente, y al socaire de la infame intervención en Irak, han florecido numerosos títulos llamados a poner en tela de juicio el papel de los amos de mundo en el tablero de las relaciones internacionales. No hay sino que recordar películas relativamente recientes como El Mensajero del Miedo, Siriana o Leones por Corderos. La Guerra de Charlie Wilson versa sobre la gestión de un congresista del mismo nombre en la intervención encubierta de los EEUU en el conflicto entre una moribunda Unión Soviética y el Afganistán pre-talibán. El filme recoge una de las mayores contribuciones de Julia Roberts al cine, convertida para la ocasión en una reedición miss bandera confederada de Helena de Troya, sobre todo gracias a un guión chispeante que no te deja tregua y que te deja con ganas de volver a ver escenas en DVD con el fin de pararlas y memorizar algunas de las frases que rezuman ese cinismo inteligente que, por desgracia, tan bien caracteriza a tantos políticos contemporáneos que luchan por sobrevivir.

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