sábado, 29 de marzo de 2008

SECRETOS SIN MENTIRAS: EL PELIGRO DE DESPERTAR A LOS PERROS QUE DUERMEN




Hay un dicho en inglés que dice let sleeping dogs lie, y que se usa cuando alguien quiere recomendar que no se remuevan ciertos aspectos del pasado que puedan resultar incómodos para otra persona. Los perros a los que se refiere ese dicho más que mentir lo que hacen es dormir acostados, tranquilamente, sin que nadie los moleste. Y eso es justamente lo que Amy (Melinda Page Hamilton) no hace. En vez de dejar ciertos secretos latentes en el subconsciente de lo que a lo mejor no pasó decide confesarle uno de ellos al que va a ser su marido, John (Bryce Johnson). Ese secreto no es otro que la felación que le propinó a un perro cuando era joven, inexperta, una noche en la que se encontraba sola y aburrida en su dormitorio de estudiante. Un hecho absolutamente aislado que, confesado a modo de honestidad sobre todas las tempestades, se convierte en algo que le cambia la vida a la pobre Amy, rodeada como está por una familia que siempre ha puesto un alto precio en los secretos y en las mentiras, y por un novio mucho más prejuiciado de lo que ella se atrevió a suponer.

Esta comedia trágica cuestiona los prejuicios que aún existen en nuestra sociedad occidental en torna al sexo cuando éste se desvía de las normas que dictan lo que es apetecible. Está claro que el siglo XIX, el más restrictivo de los siglos para los placeres sexuales, quedó atrás. Pero aún sigue habiendo temas que resultan incómodos para el más liberal de los pensadores sexuales.

Mientras iba viendo la película, me iba acordando de la obra de teatro que Miguel y yo vimos en Alicante hace ya más de un año, La Cabra, del inestimable Edward Albee, en la que el protagonista, un arquitecto muy bien situado de la alta sociedad neoyorkina se enamora profundamente de una cabra. Aunque la comedia de Albee tiene un carácter más simbólico que la película de Bobcat Goldthwait, ambas vienen a apuntar que el problema que nuestra sociedad sigue teniendo, por muy posmoderna que pueda parecer, es la aprensión hacia las formas sexuales no codificadas, por muy variadas que éstas puedan ser en este momento. Sería una barbaridad creer que ninguna de estas dos obras hace una apología de la zoofilia. Lo que hacen, sin embargo, es una profunda crítica de la hipocresía social que sigue habiendo acerca de la erótica sexual.

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