jueves, 27 de marzo de 2008

Ánimos entre el prozac


Es difícil hablar de la depresión de uno mismo teniendo pretensiones literarias. Uno piensa enseguida en Edgar Allan Poe y decide que lo mejor es desistir, al menos en lo referente al uso de ciertos mecanismos lingüísticos que podrían parecer impostados. Así que procederé a relatar mi estado de ánimo sin más, que es uno de los peores en los que me he encontrado en los últimos diez años.

Siempre me ha jodido bastaste sentirme pisoteado por la autoridad. Quizá ese sea uno de las desventajas que tiene el haber sido un niño nada dado a la obediencia y muy refractario al servilismo, combinado todo esto con una sensibilidad cuya profundidad a veces me asusta.

Todo esto tiene como consecuencia actualizada que ahora me encuentre en un pozo del que intento salir. Hace unos meses me di cuenta que la única forma de cambiar el ambiente insano que se respira en mi centro de trabajo era presentarme yo de director. La verdad es que nunca me había visto en ese puesto de responsabilidad, aunque sí en otros con más calado pedagógico como el de jefe de estudios. Lo que ocurría es que nadie se quería presentar y mucha gente (al menos eso me parecía a mí) estaba deseosa de un cambio. Unos meses después me encuentro con que la gran mayoría de mis compañeros, muchos de los cuales en un principio me animaron en mi empresa renovadora, me miran con recelo cuando no con aprensión por osar quitarle el puesto al director de toda la vida. Un golpe demasiado duro para una persona como yo, con escasa predisposición a encajar el rechazo social aunque sí la crítica razonada. Y críticas razonadas no he recibido ninguna, sólo miradas de desprecio, de desconfianza.... demasiado para lo soportable.

El médico me ha recetado prozac, lexatin y descanso. Lo que no me ha recetado es justo lo mejor que me está viniendo, que es el ánimo de mis alumnos, tanto los de hoy como los de ayer. Hace dos días recibí un correo de una de mis alumnas del año pasado que, en nombre de muchos alumnos de mi antigua tutoría, me expresaba su más sincero apoyo. La emoción que sentí al leer sus líneas me desbordó los párpados. Al día siguiente me reuní con ellos y me contaron cómo iban sus vidas más allá del instituto. Todos coincidían en que echaban de menos a profesores como nosotros (Ruth se encontraba a la sazón conmigo).

Esta mañana me he visto con otro antiguo alumno. Ayer me llamó por teléfono porque quería hablar conmigo como antiguo tutor, ya que se está planteando dejarse la carrera que con tanta ilusión empezó hace unos meses. Estando de baja como estoy me he visto útil haciendo de tutor desde el más acá, haciéndole ver tales y tales cosas. Al final el chaval se ha ido convencido que tiene que darle a la vida según la está experimentando otra oportunidad. Y agradecido, eternamente agradecido por mi tiempo y mis palabras. Y yo me he venido a casa un poco más decidido a recomponerme y a terminar el proceso de selección de director.

2 comentarios:

Pulpito dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Pulpito dijo...

A todas estas palabras tan bien redactadas que acabo de leer, lo único que puedo añadir, y por cierto, muchas veces te he dicho de forma oral, es que, por suerte, somos muchas las personas que sabemos cuánto vales, que te apreciamos y que te animamos a seguir siendo cómo eres.
Lo que te está pasando a tí, no dista nada en absoluto de lo que les pasa a las personas que adoran su trabajo, como es tu caso.
Por otra parte, lo que les ocurre a tus compañeros de fatigas, es lo que, según el gran Pedro Zerolo le pasa a la gente de derechas, que es más cómodo ser de derechas y conformarse con lo que se tiene, que trabajar por un cambio, aunque éste sea para bien.
Como conclusión, quiero citar un dicho del gran refranero español, aplicable tanto a la gente de derechas, como a la gente se gana las habichuelas contigo: "Más vale malo conocido, que bueno por conocer".
Fdo.:Alguien que de verdad sabe cuánto vales.