martes, 26 de marzo de 2002

André Gide: El inmoralista

El inmoralista

Publicada en 1902. En esta novela asistimos al viaje homoerótico del protagonista Michel, en realidad auténtico alterego de Gide, a través de su matrimonio con Marceline, una mujer la cual es apenas descrita más allá del sufrimiento de ser espectadora activa de la transformación de su marido en ese hombre nuevo sensual que busca ante todo la sinceridad consigo mismo por encima de las ataduras sociales, representados en esta caso por la propia Marceline.

La novela es un flasback. Comienza en Túnez, lugar al que Michel convoca a sus amigos para hacerles saber la historia de su inmoralidad, desde el comienzo de su matrimonio hasta la consumación del mismo con la muerte de tuberculosis de su mujer.

Ya desde los albores de dicha unión el protagonista se empeña en buscar solaz a la vera de muchachos ostensiblemente menores, hacia los cuales sin embargo no hay referencia explícita de que la atracción fuese más allá de lo platónico. No obstante, las continuas salidas de Michel a solas, adentrándose en frondosos jardines en los esperaba encontrar una exuberancia que su mujer no estaba presta a darle, son prueba inequívoca de que lo que germina en el protagonista no es un simple estado latente del espíritu que lo deje indiferente. Lejos de ello, es el leitmotiv de su inmoralidad, lo que en última instancia terminará desmoronando, según su propia apreciación, la salud de su mujer.

Asistimos en esta obra de inicios de siglo a un interesante testimonio de una homosexualidad velada con la funda de lo que por aquel entonces se consideraba como una de las mayores inmoralidades. Apenas hay fragmentos en los que se explicita sin rubores la tendencia homosexual del protagonista en el que el sentimiento de autoculpa y ese trágico sentimiento de la vida predominan por encima de todo.

Aquí, de la misma manera que en Maurice o en las más atrevidas novelas lawrencianas, la transgresión moral va unida a transgresión social en una época en la que las clases sociales eran de vital relevancia. De esta forma, el protagonista es poco pudoroso a la hora de demostrar afecto y atracción hacia la hermosura de los chicos árabes de la calle o los granjeros de Normandía, y sin embargo notoriamente precavido al contactar con Ménalque, auténtico retrato del Oscar Wilde más decadente.

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