martes, 26 de marzo de 2002

Carlos Sanrune: El Gladiador de Chueca.


Este título, a pesar de que, como dice J.M.G. Cortés en Identidad y Diferencia, tiene una muy escasa calidad literaria, está suponiendo un veradero reto para los revisionistas de este tipo de literatura, ya que pocos títulos están disfrutando de tanta atención como la novela de Sanrune. Quizá sea por el relativo éxito de ventas que la obra alcanzó desde su publicación en Laertes, o quizá por la visión tan atrevida, provocadora y a la misma vez sórdida que el autor hace de la homosexualidad, la cual, según Alberto Mira en Para Entendernos, disfruta de una visión realista y positiva, mientras que para Cortés refleja lo que él llama un claro autodesprecio homosexual. Hay que tener en cuanta que éste último incide sobre todo en ciertos aspectos sociológicos de la novela, todo vez que Mira se centra más en en la obra como pieza literaria, de la que destaca su estructura episódica picaresca, y en una referencia al artículo de Cortés dice que “no se trata de hablar de homosexualidad, sino de presentar la difícil vida de un chapero.”

La historia de este inominado personaje comienza casi por su propia nacimiento y sus recuerdos infantiles en una apartada aldea de Soria, de la que se traslada a temprana edad para ir a vivir a la periferia madrileña. En un estilo más propio de Salinger que de Genet o Passolini, el personaje nos va contando sus peripecias eróticas desde el mismo momento de su primera masturbación, pasando por sus amores imposibles en el internado de Sevilla donde descubre que el amor no es viable, culminando este bildungsroman erótico en su carrera como chapero en Madrid y Benidorm, aunque sin olvidar el sueño nihilista que el protagonista alberga en el último fragmento de la novela.

Lo interesante de esta obra es su estilo realista, con gancho para cualquier tipo de lector, incluso para aquél que a la postre no vaya a disfrutar del recuerdo de la misma. El autor hace referencia a lugares y tópicos muy comunes a ciertos ambientes homosexuales, aunque no hay que llevarse a equívoco: en ningún momentos se los presenta como los únicos ambientes homosexuales, sino más bien unos concretos que sirven bien al propósito de la novela.

La indudablemente escasa calidad literaria se explica sobre todo por la poca consistencia y profundidad del personaje-narrador, con el cual es imposible reconocerse, no ya por su sórdido devenir social, sino por su continua esquizofrenia estructural, como se puede percibir en la pág. 76.

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