martes, 26 de marzo de 2002

Boris Izaguirre: Azul Petróleo

Denostada por muchos que ni siquiera se han tomado la molestia de leérsela, quizás debido a la imagen que el autor da en ciertos programas de televisión, Azul Petróleo es una de las obras más interesantes y con mayor calidad que se han editado en España en los últimos años y no sólo desde una perspectiva gay sino desde cualquiera que sirva para saborear la buena literatura.

Desde los textos más antiguos que la historia conserva, es larga la tradición que une amor y muerte, pasión y sacrificio mediante extraños rituales cuyo campo de ceremonias suele ser el cuerpo físico. A pesar de todo, la presencia de la crueldad extrema en la narrativa es algo que siempre nos desconcierta, por cuanto estamos poco habituados a ella. La comunión escatológica entre amor y muerte ha sido desde siempre algo mucho más común en representaciones dramáticas, a pesar de los notables ensayos narrativos del Marqués de Sade, Apollinaire y Jean Genet, entre otros.

En esta novela Boris Izaguirre, caraqueño residente en Barcelona con cierta experiencia en guiones televisivos y otras facetas periodísticas nada relacionadas con la narrativa, nos sorprende con una prosa brillante en casi todos los lances. Mediante la utilización de una trama típicamente telenovelera, urdiendo un hilo narrativo en media res que nos presenta al “héroe” a punto de realizar su hazaña en medio del cuarto oscuro más grande de toda Europa, nos adentramos en los infiernos emocionales que ese héroe se va gestando desde la mentira misma de su nacimiento. A lo largo de sus primeros años de vida van desfilando por sus ojos personajes con los que aparentemente guarda distanciamiento y atracción vesánica a la vez: Alfredo, Amanda Bustamante, la memoria de su padre Armando, y Ernestino Vogás van tejiendo un secreto que de repente (como en las mejores y poeres telenovelas) se nos revela.

El protagonista-narrador, Julio, pronto vislumbrará el horror vampírico de su forma de amar, la cual comienza a negar desde el principio, desde el momento en que Alejandro, uno de los favoritos adolescentes del estudio de Ernestino Vogás, le posee y termina muerto en sus manos. Tras él vendrán Lorenzo, con el que vivirá el más emotivo de los romances, Julio, Salvador, Gerardo... casi todos ellos sacrificados en la emblemática fecha de su cumpleaños, que coincide con el inicio de la historia democrática de Venezuela.

Es en el último de estos cumpleaños, cuando va a cumplir su cuarta década de vida, cuando finalmente encuentra a su hermano perdido, perdido incluso en su memoria y que encuentra gracias sobre todo a esa pista camaleónica llamada azul petróleo, auténtico leitmotif de metáforas diversas en toda la novela. En esta ocasión, serán unos pantalones de terciopelo azul que le revelan al hermano que le da parte del secreto de su vida pero también la esperanza de su muerte justo cuando cumple cuarenta años, edad que parece simbólica entre algunas novelas gays como el final incierto de algo.

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